El caso Hong Sang-soo no deja de ser curioso: un cineasta hiperactivo al que siempre se le achaca —desde una aproximación simplista de su cine— una repetición temática y estilística ‹ad nauseam› que hasta hace pocos años, y muy a pesar de su nunca discreto paso por festivales de todo el mundo, no tenía distribución alguna en las salas de cine españolas. Hoy, por suerte para el espectador, su cine ha dejado de ser inédito, goza de una digna distribución en salas y su estela crítica sigue intacta (ganando, por ejemplo, este mismo año, el Oso de Plata a mejor guion en la Berlinale por Introduction).
La mayoría de estilemas formales de Sang-soo se encuentran evidentemente presentes en su Mujer en la playa (2006): una puesta en escena aparentemente sencilla en la que el plano fijo —con siempre sutiles movimientos de cámara— es el protagonista, junto con los siempre juguetones (en esta película más que nunca) y característicos ‹zoom in› y ‹zoom out› que permiten al cineasta coreano atrapar un gesto, una mueca o una mirada que en muchas ocasiones solidifican la caracterización de sus personajes.
Kim Jung-rae es un director de cine que padece un bloqueo creativo. Ante su incapacidad para dar continuidad al guion de su próxima película, le pide a su amigo Won Chang-wook que le acompañe en un viaje inspiracional a la costa, elección espacial clásica que proyecta una idea de libertad y de liberación de ataduras ante mentes atormentadas y paralizadas. Su amigo, sin embargo, ya se había citado con su novia, Kim Mun-suk, que será quien cerrará el primer triángulo amoroso del film. Sin ánimo de destapar la evolución de la trama —¿qué es el cine de Sang-soo sino la captura de un instante vital o de un gesto desesperado de amor?—, una serie de revelaciones inducirán al director Jung-rae a intimar con la tercera persona en discordia, en esa búsqueda tan antigua de la musa inspiradora, que le permitirá por fin terminar el guion de su película.
Y, como hizo un año más tarde Isaki Lacuesta con el imaginario de Chris Marker, aludiendo al germen inmortal e infinito de sus imágenes, Sang-soo insiste en sus propias variaciones para dar rienda suelta a su creatividad y para reafirmar su indolencia hacia los detractores de su cine —sí, esos que esgrimen como arma arrojadiza la excesiva similitud entre los filmes del coreano. La variación no aparece aquí bajo forma de digresión temporal, sino con la aparición de una nueva figura femenina que favorecerá la aparición de conflictos y equívocos sentimentales. Por supuesto, muchas de las inquietudes de los personajes de Mujer en la playa aparecerán tras festines ociosos donde la comida y el alcohol son los protagonistas, así como las charlas de índole sexual que refuerzan ideas y estereotipos sobre el tipo de amante coreano, incluido sus complejos con el diminuto tamaño de su pene (sic).
Al final, sin ser la más redonda de las obras de Sang-soo, Mujer en la playa no palidece en absoluto en el conjunto de la filmografía de este genio del gesto y del detalle en las relaciones interpersonales (aquí, por ejemplo, con un notable duelo de borrachera de soju entre dos mujeres, cuando lo más natural en su cine siempre ha sido entre dos hombres o en la descripción del personaje protagonista, que aparece en muchas ocasiones debilitado ante las figuras femeninas que le acompañan). El film resulta en otra variación deliciosa de los desvaríos y vaivenes de la vida, que sin duda será muy disfrutable para el público más afín a su obra y que posiblemente atraiga a muchos otros a seguir profundizando en ella.