Abarcar todos los aspectos de la vida de un personaje histórico y transformarlo en material cinematográfico no es una cuestión sencilla. En muchas ocasiones las intenciones biográficas acaban siendo únicamente una exaltación moral o ideológica, una excusa para mitificar su figura dentro de unas convenciones narrativas muy evidentes, que asfixian cualquier posibilidad de acercarse de manera auténtica y honesta a la misma en un recuento interminable de anécdotas e hitos. La directora Susanna Nicchiarelli ya había intentado sacudirse todas estas mediatizaciones fílmicas en Nico, 1988 (2017), con la particularidad de tratarse de un sugbénero como el biopic musical, que contiene tradicionalmente asociados una serie de clichés añadidos. Con Miss Marx (2020) ahora ha encontrado un equilibrio entre la elaboración de un relato de hechos que expanden su mirada desde la vida personal de Eleonor Marx, el vínculo con su padre y su familia, su activismo político, su labor intelectual y, sobre todo, sus contradicciones. La hija más joven de Karl Marx aparece liberada de su sombra tras su muerte en el propio funeral de su padre en 1883. Ese es el punto de partida que utiliza la directora para tratar de seguir la vida adulta de una mujer implicada profundamente en la organización política revolucionaria socialista, preocupada por las condiciones de los trabajadores y el lugar de la mujer en la sociedad de la época.
La mirada y el tratamiento desde una perspectiva contemporánea se percibe rápidamente lejos del academicismo ya en el uso de la banda sonora, con la inclusión de canciones de la banda punk Downtown Boys. La utilización de la cámara dirige al espectador a la identificación y la profundización psicológica que desarrolla Romola Garai. Su rostro es con frecuencia el foco de las composiciones, de manera insistente, con planos medios y primeros planos. En bastantes ocasiones los contraplanos de conversaciones y escenas se asimilan a su punto de vista subjetivo. Esto funciona como un eficaz recurso para empatizar con la protagonista mientras considera sutilmente el aspecto psicológico en la narración sin subrayarlo. Algo muy importante al proponer esa constante contradicción de una mujer atrapada por su amor incondicional a Edward Aveling (Patrick Kennedy) en una relación que será clave hasta el día de su muerte, supeditando su libertad y provocando en ella un gran sufrimiento emocional y problemas económicos. Mientras Eleonor habla de la emancipación de la mujer y la igualdad entre los sexos, de la subversión de las instituciones burguesas como el matrimonio y el paralelismo existente entre la subyugación de la clase obrera por el capital y la posición de la mujer respecto al hombre, ella es incapaz de aplicar esos principios a su vida privada.
A lo largo del metraje encontramos tres elementos que crean cierta disrupción con la narrativa más convencional del filme, que explora esos últimos años de la vida de la protagonista a través de un gran trabajo con la elipsis y su estructura para transmitir el paso del tiempo. Por un lado se incluyen fragmentos de películas y fotografías que contextualizan momentos concretos para crear cierto distanciamiento respecto a la ficción y proponer un realismo acorde a su discurso, que describa de forma más directa la situación de los trabajadores y sus luchas También se incluyen instantes que rompen la cuarta pared por parte de su protagonista explicando la situación de la clase obrera en Estados Unidos en un montaje rápido que interpela al espectador a reflexionar sobre la vigencia de su pensamiento. En otra secuencia recita —con cierta evocación escénica teatral— un texto en el que habla de la opresión de la mujer ante un Edward dormido. El esfuerzo de Nicchiarelli por dejar claro sus ideas políticas y su compromiso con llevarlas a la práctica no fagocita ningún otro aspecto de la cinta y está perfectamente integrado como una pieza fundamental de su argumento.
El último recurso desestabilizador de las formas es una serie de flashback de Eleonor de niña compartiendo el estudio donde Karl Marx desarrollaba sus ideas. Algo que durante muchos minutos parecen simples digresiones fugaces sin trascendencia, pero que conecta con la conferencia en la que se introduce a Edward Aveling hablando del condicionamiento social e histórico que define nuestra identidad en gran parte. El vínculo ambivalente con su padre y el desarrollo ideológico desde niña en el ambiente doméstico tiene gran peso en quién es ella, que no renuncia a crear su propio futuro. Un futuro abierto a todas las posibilidades de quien es consciente de ellas, que se expresa perfectamente en el último plano de la película: el rostro de Eleonor de niña frente a su padre en medio de un pasatiempo familiar, que deja en evidencia su satisfacción ante la profunda interiorización de su hija de su mirada crítica del mundo y su independencia. Eleonor vuelve a dirigirse con su mirada a nosotros en un final extraordinariamente conmovedor que eleva toda la película. Una última imagen repleta de esperanza, que captura con todas sus resonancias políticas y dimensión humanista la chispa necesaria para luchar por la construcción de un mundo mejor. Adelante, el futuro está de nuestro lado.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.