Durante uno de los numerosos pasajes que comparte la pareja “perfecta” dentro de un hotel de París, Marie, entusiasta de Auguste Rodin, cita a Rainer Maria Rilke a propósito de la obra escultórica del primero. Alude al deseo y el dolor, a la locura y la ansiedad como motores inmanentes a la vida. Ambos artistas destacaron en sus disciplinas gracias a un espíritu subversivo y una mirada crítica, que les permitieron despojarse de la ortodoxia artística de sus coetáneos para establecer nuevas vías de expresión.
Algo de ello puede leerse en el cine de Nobuhiro Suwa, sin ningún género de dudas el más francés de los cineastas japoneses. En Un couple parfait (2005), la pareja protagonista se mueve por los espacios con el puro ritmo del desencanto, cargando con el peso encendido y dramático de la existencia. Sus cuerpos transitan en un limbo entre la letargia y el deseo. Su historia no es nueva —posiblemente el francés sea el cine que más veces ha cuestionado el amor entre semejantes—, pero Suwa, como ya hicieran en su momento Rilke o Rodin, hace que el relato se nos muestre bajo una luz nueva, con una carga de intensidad y con una vivencia estética que desconocíamos en obras de similar naturaleza.
Diez largos años de convivencia en Lisboa han deteriorado el vínculo sentimental que unía a Marie y Nicolas. Sin embargo, aún estando a punto de iniciar los trámites de su separación, viajan ambos a París, donde han sido invitados a la boda de uno de sus mejores amigos. Titubeante e inconscientemente, Nicolas anuncia su separación, hecho que provoca la sorpresa entre sus amistades, que los consideraban la pareja perfecta que da nombre al film. Y, aunque el fondo de la historia carece de originalidad, lo que convierte a Un couple parfait en una obra ‹presque parfaite› es el minucioso e inteligente trabajo de puesta en escena desarrollado por Suwa y su equipo.
Si la del espectador es una mirada fugaz, es posible que caiga en la trampa de juzgar las técnicas narrativas del film como sencillas. Los planos secuencia, preeminentemente estáticos (regla que Suwa se permite “romper” únicamente con primerísimos planos en contadas ocasiones para, en una mirada casi pornográfica, desnudar los clímax afectivos de sus protagonistas), suponen el eje formal sobre el que rota esta historia de desamor y redención. Pero tras su aparente simplicidad se esconde un verdadero ‹tour de force› compositivo e interpretativo —incontestables los matices gestuales de Valeria Bruni Tedeschi y la profundidad gradual del personaje de Bruno Todeschini. En esta obra de Suwa resulta igual de importante el espacio visible como el sugerido.
La información narrativa presente en cada uno de los planos es mínima, y es ahí dónde reside una de las grandezas de Un couple parfait: exige a la persona que lee sus imágenes a descifrar y rellenar los huecos que Suwa ha preferido insinuar a explicitar. Uno de los mejores recursos para ilustrar lo que digo es el uso y el valor que el director le otorga a las puertas que separan las camas de ambos miembros de la pareja.
En una de las escenas cumbre de la película, Nicolas sale del plano, dejando a Marie sola, languideciendo descorazonada en la habitación anexa. Durante el momento de mayor exaltación de desencanto de Marie, esta cierra la puerta. Se escuchan reproches por parte de Marie, pero seguimos viendo únicamente una puerta cerrada. Esa presencia fuera de campo de Nicolas en primera instancia no solo es brillante para reforzar la idea de soledad de cada uno de los individuos de la pareja, sino que la puerta cerrada por Marie y la continuidad de sus improperios —durante varios minutos— refleja con precisión la incapacidad de la mujer de comunicarse con un marido ausente —por estar fuera de campo—.
Sirva este ejemplo como base para entender la riqueza de la puesta en escena en Un couple parfait, que tiene la capacidad de ser fría y distante y de remover por dentro a cualquier alma que alguna vez haya sufrido el desamor. Dónde casi cualquier cineasta habría resuelto la misma escena con un clásico plano-contraplano, Suwa se sirve de las composiciones estáticas de una habitación —con un uso envidiable de la profundidad de campo— para proyectar en una sola imagen el torrente de animadversión y desamor que corroe el alma de la pareja. De la pareja perfecta.