Magnus Von Horn nos enfrenta con el gran dilema: cuando el peso de la forma y del fondo en una misma película pelea por prevalecer, ¿con cuál deberíamos quedarnos? El director ya hizo uso de esta carta en su debut, uno anclado en la adolescencia, los secretos a voces y la pulcritud de escena, y aunque rompe sus normas en Sweat en favor de lo que muestra, sigue pluriempleando la atención del espectador entre el drama exacerbado y la lucha visual.
Así que, sin saber si lo que prima es la crítica a la sobreexposición de fachadas o la belleza en sí misma de esta labor, nos adentramos en el mundo de Sylwia, una joven de envoltorio espectacular y dilemas internos troceados y recompuestos de cualquier forma a base de cinta adhesiva.
Siempre me ha fascinado esto de las personas que han llegado a convertirse en gurús de la opinión pública, que hacen de su vida un escaparate en el que lo que digan y hagan tiene un peso en las decisiones de los que les escuchan. Supongo que es una cuestión generacional, al no haber crecido con la existencia de ‹influencers›, sabiendo que hay un antes y un después de su aparición, es más fácil encontrarle las costuras a semejante fenómeno. Veo esas fotos y vídeos de mujeres adornando sus cuerpos, mostrando sus adquisiciones, haciendo deporte o luciendo prendas sumamente favorecedoras y solo puedo imaginar en las mil fotos tiradas antes de encontrar la válida, las pruebas de foco para que el bote de crema salga con todas sus letras, las repeticiones para que la dicción sea perfecta… Y parece tan agotador ser natural, especial y cómplice del ‹feeling good› como adictivo contemplar la fachada.
Sweat juega a eso, a replantear las apariencias incluso cuando trata con la intimidad de una ‹influencer del fitness›, que cumple de un modo totalmente intrusivo, más allá de lo cercano, permitiéndonos apreciar las luces y sombras ya no de una persona sobreexpuesta, sino de una chica joven desubicada que solo conoce la atención a través de la pantalla.
Sylwia es adictiva para alguien más que quien la sigue en redes. Su personaje nos atrae al convertirse en un volcán de emociones crudas que debe enfrentarse a situaciones hostiles en el día a día. Vemos a la joven sola enfrentándose a una vida apenas existente fuera de su relación con las y los ‹followers›, que aparentemente deberían alimentar su ego, pero que se convierten en un estricto y obstinado jefe que exige 24 horas/7 días. Pero el director parece más interesado en retorcer aquello que queda ajeno a su móvil y directos de Instagram. Sin perder esa iluminación apoteósica ni los primeros e intimidantes planos, consigue que nos planteemos la inmediatez y la exigencia de la imagen y el contenido, sin intención alguna de influir en nuestra percepción de esas dos realidades que Sylwia compagina sin apenas darse cuenta, perdiendo el eje al sincerarse en la pantalla y no poder profundizar con su entorno privado.
Sin romper en ningún momento con la vitalidad que emite este producto multimedia, Sweat sabe friccionar con el drama en unas pocas horas, sacar a su protagonista de su perfeccionado molde y zarandearla para llevarnos a una conclusión impactante que nos transmite que este circuito transitorio y lleno de espejos —que son un recurso inagotable durante todo el film— no sirve para más que repetir ese positivista mensaje hasta interiorizarlo como cierto.
Sweat es rosa y es oscuro, un buen ejemplo de crudeza donde ponderar las imperfecciones sin perder una terrorífica sonrisa sincera. Y los ojos de Magdalena Kolesnik son capaces de alimentarse de la cámara. El amor propio en tiempos de redes sociales.