El veterano director iraní Majid Majidi da continuidad con su nueva película a uno de los sellos fundamentales de su filmografía: la denuncia social desde el punto de vista infantil, a través de niños procedentes de entornos marginales que reflejan las injusticias del sistema. A la manera del cine neorrealista italiano y confiando en muchas ocasiones en actores no profesionales, en esta ocasión se centra en Alí, magníficamente interpretado por Roohollah Zamani, y su búsqueda incesante de un tesoro, encargo de unos mafiosos locales, mientras su ingreso al colegio, pese a hacerlo por pura conveniencia para cumplir su misión, le abre nuevas puertas, tanto a él como a sus amigos.
Desde el primer momento Hijos del Sol rehúye de las sutilezas. Dejando clara su intención de verse como un alegato en contra del trabajo infantil, da paso enseguida a las andanzas de Alí y sus amigos, que comparten todos su marginalidad y su falta de una estructura familiar, su necesidad de trabajar y de cometer pequeños hurtos para sobrevivir. Frente a esta realidad, aparece de rebote la oportunidad de entrar a una escuela que funciona también como centro de acogida, en la que hay adultos que se preocupan por ellos y les permiten explorar otras vías para progresar en sus vidas.
La obra podría haberse encaminado claramente en esa dirección, pero las cosas no son tan sencillas. El propio colegio se encuentra en una situación muy precaria y con una amenaza de cierre por impago en ciernes, lo cual hace particularmente frágil el refugio que encuentran los niños allí. Pero es que, además, Alí no va a abandonar tan fácilmente su propósito de encontrar el tesoro, y a medida que avanza la trama lo único que logra es aislarse y obsesionarse más, alejándose de la vía de escape a la que poco a poco sus amigos sí van acudiendo. En la historia de Hijos del Sol hay implícito un fatalismo tan evitable como desolador. Irónicamente, la constante búsqueda del tesoro por parte de Alí, la emocionante aventura que conlleva, se observa cada vez más como un ancla, algo que le ata a su presente y que le impide encaminarse a un futuro más prometedor.
Esa visión tan sombría y al mismo tiempo llena de empatía por su protagonista es en mi opinión un acierto porque, a pesar de los tonos claros y vehementes que ofrece su guión, a pesar de que resalta el rol de la escuela como institución que puede ofrecer una vida mejor a todos los niños, no olvida que huir de las circunstancias del presente no es tan fácil. Y es que Alí, al fin y al cabo, busca el tesoro porque no conoce ni ha conocido otra forma de salir adelante, encerrándose en la esperanza de ese gran golpe que vemos cada vez más lejana y absurda, al tiempo que, a su vez, la película se encarga de señalar que las alternativas se van acabando y anticipa que nuestro protagonista va a terminar de nuevo acorralado.
No es nada nueva en el cine esta suerte de reverso negativo y desesperanzado de la aventura. De hecho, nada en esta película lo es, ni el planteamiento inicial de los personajes y su situación, ni el punto de inflexión que supone entrar a una escuela, ni los conflictos que surgen o se magnifican a partir de ahí. Bebiendo de su propio cine en primer lugar, y de tópicos muy bien asentados en otras historias, Hijos del Sol termina suponiendo una experiencia de hecho bastante predecible en general. Recolectando ideas ajenas sin ningún pudor, no es de extrañar que el entusiasmo que pueda generar resulte empañado por esta sensación de que no sólo no hay nada nuevo, sino que ni siquiera hay un intento de buscarlo.
Que esto moleste o resulte decepcionante dependerá de cada espectador, porque en su lugar la película ofrece una experiencia que sacrifica la audacia creativa por la elocuencia. Y es que su dominio de la tensión y de los tiempos y las emociones de esta narrativa es apabullante. Un trabajo de cámara sólido e inmersivo ensalza las escenas más intensas y dinámicas, como es la escena inicial o el muy logrado tercio final, y convence también en el intimismo. Asimismo, las interpretaciones cumplen con creces en esa tarea no siempre fácil de afrontar con naturalidad y convicción los dejes melodramáticos que tanto parecen gustar a su director. Por otro lado, creo que Majidi en ocasiones rebusca un cierto adorno poético que se convierte en el peor enemigo de su propia cinta, pero son escasas y se puede ignorar fácilmente en favor de sus virtudes.
Y es que a estas alturas de su carrera tal vez no se convierta en su obra más recordada, pero la depuración técnica de Hijos del Sol, así como la claridad y la elocuencia con la que expresa su ya bien establecido discurso, hacen de ésta una película muy reseñable, convincente en todo momento y potente en no pocas ocasiones, en la que la denuncia sin tapujos y la frustración dramática van de la mano, complementadas a la perfección y ejemplificadas en su protagonista y en una síntesis final de su viaje narrativo que golpea con mucha fuerza.