Soledad, ruido urbano y silencio humano. Bajo estas premisas Tsai Ming-liang construye otro de sus tratados sobre el aislamiento, la búsqueda del amor y el tiempo como dimensión insoslayable a la quietud. Una fantasmagoría teñida de realidad ya que, al fin y al cabo, los personajes que transitan por las imágenes no dejan de ser eso, fantasmas corpóreos en busca del consuelo del otro, de la calidez de otro cuerpo, del sentimiento a través del objeto nostálgico.
Tsai propone un viaje a través de rutinas simples donde el espacio y el tiempo resultan congelados. Los tránsitos de una cotidianidad solitaria se convierten en pequeñas micro-rutinas repletas de ausencias, miradas al vacío y cuerpos deambulantes. Un film que en su desolación se configura, paradójicamente, a través de la belleza de sus imágenes, haciendo más patente si cabe el dolor del aislamiento por contraste.
Y todo con el estilo inconfundible de un director que huye de la idea de película como instrumento de proyección hacía el futuro sino más bien como una red que trata de capturar un presente continuo que se filtra en pequeñas dosis. Un ejercicio, como ya es habitual, que pone a prueba, en muchas ocasiones, la paciencia del espectador, pero que ofrece en este caso, y a pesar de la radicalidad de la propuesta, una conexión más asequible con la intimidad emocional de su trasfondo.
Days no deja de ser una culminación, un último eslabón autoral que sublima (a veces incluso hasta cierta insoportabilidad) el estilo. Una depuración que entronca con la sencillez argumental de lo planteado. Así pues, y aunque resulte hasta cierto punto contradictorio, estamos ante una obra que enfrenta la narrativa y relato para llegar a la idea de la desnudez absoluta en lo fílmico. Algo que podría inducir a una cierta abstracción y distancia emocional pero que, sorprendentemente, consigue retratar y hacer participe al espectador de toda la gama de sentimientos que pone al descubierto.
Es evidente que, como el resto de la filmografía de Tsai, no estamos ante un cine de fácil digestión. De hecho, como apuntábamos antes, el desarrollo de la exigua trama a modo de pequeñas cápsulas silentes, sostenidas en larguísimos planos, puede llegar a exasperar ante la sensación de congelación narrativa y (relativa) escasa transmisión de información al respecto de lo que está sucediendo más allá de lo obvio. No obstante hay algo hipnótico en todo ello, una vocación de universalidad (a pesar de su localismo geográfico) que nos hace captar poco a poco el sentido de cada gesto (o de su ausencia), de cada espacio cerrado y cada apertura al exterior.
Es en este modo que Days se acaba convirtiendo en un viaje tan reducido en espacios y tiempos como amplio en emociones. Pequeñas partes de una cotidianidad solitaria que tiene poco sentido por separado pero que en conjunto acaban por generar un todo que comprende dolor, desencuentros, nostalgia y la búsqueda de una belleza que nos rodea, tan cercana y a la vez tan lejana, que solo se puede admirar y dolerse por la imposibilidad de conseguirla.