En ocasiones, para describir la actividad de los pueblos pequeños, se habla de que «nunca pasa nada». Este cliché es tan falso como injusto, pues hay una enorme cantidad de historias encerradas en los entornos rurales, historias a veces silenciadas y escondidas, pero no por ello menos interesantes.
Ricochet, ópera prima del director mexicano Rodrigo Fiallega, rebusca en esas historias rurales para presentarnos a un pueblito de México, sin nombre ni lugar, en el que parece que nunca pasa nada. Presentada en el pasado Festival de Morelia, donde ganó el premio a mejor actor, la trama está basada en un suceso real, ocurrida en Argentina.
Fiallega empieza su película con grandes planos generales, de ritmo pausado. El personaje principal se construye desde el esbozo, desde su acento, su manera de andar, su vestimenta. A medida que el metraje avanza vamos conociendo más de él: tiene familia, es holandés, está enfermo. El guion va suministrando información con cuentagotas, al mismo tiempo que la película se va cerrando poco a poco sobre sí misma, pasando del plano general a un plano más cerrado, del propio Martijn en interiores del pueblo (su casa, la taberna…).
Hay algo de olla a presión mal cerrada en Ricochet, un film que se va cociendo a fuego lento, soltando vapor aquí y allá hasta que finalmente explota. El protagonista, interpretado sobriamente por Martijn Kuiper (con un muy conseguido acento mexicano), parece no tener futuro, solo un pasado perdido y un presente que no lleva a nada más que a su propia autodestrucción. En ese sentido, es un acierto que la narración transcurra en apenas un día, porque nos permite observar con ojos de antropólogo urbanita las pequeñas dinámicas de pueblo, la aparente calma antes de la tormenta.
Fiallega huye de dramatismos y morbo, dejando los elementos o situaciones dramáticas (la muerte del hijo del protagonista, su separación, el llanto desconsolado al ver las fotos de su hijo) fuera de campo. Esa sobriedad, unida a la cocción lenta de la trama, puede hacer que cueste entrar en la película, pero es también lo que le da más valor. El film también está salpicado por pequeñas historias, pequeños desvíos, a menudo en forma de pequeñas fábulas, que nos hablan sobre buscar un lugar, sobre sentirse extranjero y acogido, sobre la sensación de estar perdido y dejarse arrastrar. Como el propio título indica, Ricochet trata de un hombre que es incapaz de volver a tomar las riendas de su vida, que simplemente rebota de pared en pared como si se tratara de una pelota. Incluso al final, cuando por fin decide tomar esas riendas, es de una manera brutal, desde la más pura desesperación.
Es posible que al film le lastren algunas cosas, como un cierto miedo a contar demasiado, o la falta de química entre el actor principal y su familia. De todas maneras, Ricochet es una película con pocos fallos, bien trabajada desde una idea y un ritmo muy concretos, y por la que vale la pena el esfuerzo de entrar en este pequeño pueblo en el que, por fin, pasó algo.