Charulata es la exposición de la lucha entre un mundo que se extingue y otro que lucha por nacer y, al mismo tiempo, una trasposición de este claroscuro al mundo del amor y el matrimonio. De cómo hay apariencias que guardar, sentimientos que ocultar y una verdad que, finalmente, resulta imposible de evitar.
Con estos mimbres da la sensación de que Satyajit Ray nos va a envolver en un drama devastador con comentario político. Y quizás la palabra clave en todo ello es precisamente “envolver”, ya que, lejos de limitarse a filmar un producto convencional donde el sentimiento tome formas hiperbólicas de emoción exacerbada, se nos presenta una obra cuyo eje principal está en una contención adecuada al contexto histórico y social pero que no renuncia a una belleza que bordea lo poético.
Y es que no se trata tan solo de jugar la baza de las miradas, del detalle sutil en el comportamiento de los personajes, sino también en el minucioso estudio de lugares y objetos que la cámara de Ray recorre. Al fin y al cabo, no se trata tan solo de hablar de personas y sentimientos difíciles, sino de cómo el marco que los rodea puede condicionar decisiones e incluso transferir emociones a sustitutos inanimados. Porque más allá de la superficie amorosa del relato, estamos ante una obra que nos interpela al respecto del sacrificio, las renuncias y cómo estas se transforman en otros objetivos de cariz más político o incluso artístico.
A través de un seguimiento cuasi obsesivo de las estancias, los espacios y los rostros conseguimos captar las transformaciones anímicas en un ejercicio notable de ‹body language› y de poética del detalle. Y si los gestos nos cuentan una cosa, las palabras nos hablan de un mundo emergente, de una India que quiere ser moderna, aunque sea a través de un colonialismo que, aunque aparentemente liberal, no de ja de pertenecer a al mismo sueño incompleto de sus protagonistas. El periódico, los viajes, el liberalismo, el bienestar popular son casi metáforas del propio deseo romántico de su protagonista que acabará con el mismo resultado.
Por ello no es de extrañar que cuando estos ideales están en desarrollo y planteamiento el film tome, a través de un blanco y negro preciosista, aires oníricos, de ensoñación con visos realistas pero estilizados. Una apuesta formal que mantiene su coherencia a medida que el fracaso planea sobre todos estos conceptos plasmándose en un aterrizaje en claroscuros más sombríos y en un creciente estatismo del plano hasta su devastador desenlace.
Charulata es pues no solo una historia dramática sobre un amor imposible sino también el despertar del sueño de una nación en cuento a su modernización y de establecer nuevas formas sociales de relación. Es el fracaso de la(s) utopía(s) y, con ello, la puesta al descubierto de las frustraciones personales y colectivas. Y, como telón de fondo, la involución conservadora como respuesta al cansancio de la lucha perdida. Una obra pues tan bella y conmovedora como profundamente triste, y por qué no decirlo, reveladora de verdades crueles.