Una de las virtudes de Feels Good Man es su juego metacinematográfico, quizás involuntario, al respecto de las apariencias. Sí, de entrada, puede parecer que estanos ante un inofensivo y hasta simpático documento al respecto de la creación de uno de esos ingeniosos y divertidos memes que ha hecho fortuna en las redes. Una representación acerca de los sueños cumplidos de un autor, Matt Furie, que traslada su imaginario, entre ‹nerd› e inocente, a una representación simbólica que adopta la forma de Pepe The Frog. Algo que, sin embargo, al igual que el propio documental, se convierte en una pesadilla fuerza aterradora e incontrolada.
Y es que estamos ante una cinta que funciona como seria advertencia al respecto de los fenómenos virales y cómo estos pueden condicionar vidas, además de toda una agenda política. No, no estamos ante un discurso moralizante o incluso reaccionario que quiera poner cotos y restricciones a la libertad de expresión en Internet. En este sentido el filme de Arthur Jones no juzga ni plantea “soluciones”, limitándose a exponer los hechos desde todos los ángulos posibles, dejando que sea el espectador quien interiorice las causas y sus efectos.
Otra cosa es, claro está, que estos hechos pongan de manifiesto una realidad —o varias realidades— espeluznantes. Hechos como la apropiación del personaje por la extrema derecha política ya son de por sí angustiosos, pero aún lo son más cuando el documental consigue exponer el mecanismo y la celebración, vía reconocimiento explícito, de dicha apropiación.
Lo más terrible, sin embargo, es asistir a la constatación de la incapacidad de poner freno a esta escalada. A través de la combinación de procesos duales podemos ver por un lado cómo la degeneración de un personaje acaba por destruir de alguna manera a su autor. Un Matt Furie superado, deprimido y a ratos desquiciado ante el fenómeno. De hecho, Feels Good Man, no es tanto una cinta sobre la creación de un fenómeno sino sobre la destrucción del arte de construir a través de la banalización, la superficialidad y, no menos importante, una preocupante falta de humanidad.
Sí, estamos ante una película que, entre otras muchas cosas preocupantes, nos habla del estado actual de la empatía humana. O mejor dicho de la falta de ella. El mal convertido en un juego capaz de condicionar agendas políticas, alentar discursos de odio y destruir sin piedad esperanzas, ilusiones, creaciones y personas.
De hecho, esta es la gran baza del documental, que Arthur Jones sepa exponer estos temas tan graves de forma clara y meridiana dando la tecla tonal correcta. Feels Good Man acaba por ser el reflejo formal del propio personaje de Pepe, algo juguetón, bizarro y divertido que acaba por convertirse paulatinamente en algo aterrador y angustioso, pero igualmente magnético. Un viaje al corazón de las tinieblas que sirve tanto de grito de alarma, de advertencia seria pero también de salvavidas moral, esencialmente a la hora de exculpar al creador de las derivas de su creación y también de ofrecerle una redención tan necesaria como justa.