Si hubiera que buscar un adjetivo para Farewell Amor sería catalogándola de película precisa. Es oportuna pero no oportunista, local y universal, habitual en su temática con la frescura de algo absolutamente nuevo, ficción, sí, pero con un sentido de la realidad que huye de esa representación fantasmagórica de una épica hiperrealista que no existe. O siendo más claros, estamos ante una película cuya habilidad es encontrar la forma perfecta para concretar en espacio y tiempo reducidos situaciones dramáticas terrenales, auténticas, a flor de piel.
A través de un formato en forma de tríptico asistimos a los primeros días de una reunión familiar de refugiados angoleños en Nueva York. Un formato que puede parecer que juega a los puntos de vista diferentes de una misma situación pero que, lejos de ello, nos muestra distintos enfoques personales ante lo vivido. Drama, religión, soledad, traumas del pasado y desubicación se reúnen a través de la mirada que su directora, Ekwa Msangi, nos ofrece. Un enfoque que puede parecer plano por su inmutabilidad, cierto, pero que gracias a su estudiada y equilibrada distancia que permite conocer los matices de cada uno de los personajes sin juicios ni preferencias y, sobre todo, ofreciendo un marco de reflexión que huye del drama lacrimógeno fácil.
Sí, Farewell Amor es un filme que parece moverse con la fluidez de una de sus protagonistas y su amor a la danza. Un elemento este que funciona como cohesionador y fuente de redención y que, al mismo tiempo, consigue mantenerse en lugar exacto que permite no ahogar a toda la trama en función de su importancia. El baile, siendo un elemento clave, funciona igual que los comportamientos de sus personajes, tan distantes y cercanos como sus emociones les permiten.
Y todo ello sin necesidad de artificios formales, siguiendo una línea temporal convencional pero puntillosa que consigue, por un lado, aportar matices y, por otro, ser un retrato íntimo y honesto de una cotidianidad difícil, dolorosa y, al mismo tiempo, de una ternura auténtica que nada tiene que ver con el exceso de empalagamiento de una ‹feel good movie›. Es precisamente el balance entre lo dramático y lo esperanzador lo que consigue sentir tan cercana una situación que nos podría resultar lejana.
Basada en un corto de la misma directora se consigue algo tan difícil como no tener la sensación de estar ante algo tan común en estos casos, como la sensación de encontrarnos ante un producto innecesariamente alargado. Al contrario, parece más bien todo un logro convertir una pequeña historia en un largo tan rico en detalles y tan emocionalmente satisfactorio como este.
Así pues, Farewell Amor es toda una muestra de cómo huir de cierta tendencia hacia la grandilocuencia y los aires de trascendencia de cierto cine independiente actual. Con una estructura sencilla y reconocible y con un buen estudio de personajes se consigue aquello pretendido, que no es otra cosa que mostrar un pequeño trozo de historia del que conocemos sus orígenes pero no exactamente cómo acabará, conteniendo el punto preciso de información necesaria para que lo comprendamos, para sentirnos partícipes de ello.