Hablar de documental en el caso de Bloody Nose, Empty Pockets sería, como mínimo, crear un marco genérico reduccionista. Tratar de encapsular un producto como este sería, en cierto modo, traicionar el propio espíritu híbrido de una película que, si clama por alguna cosa, es por el concepto de la libertad, tanto en su composición como en su aparato formal. Porque esto va de texturas, de como la realidad se ficciona o como la ficción consigue tomar apariencia de realidades tan trágicas y desesperanzadas como hilarantes y entrañables en su desolación.
Y es que estamos ante una de esas propuestas que podría pasar por simple experimento o graciosa aventura formal pero que, detrás de su aparente sencillez, esconde muchas cosas más que la de arrancar un trozo de realidad para su exhibición. El tema está en que esta no es una película intrusiva, que nos posiciona como meros ‹voyeurs› del espectáculo, no. El film nos invita a compartir y a ser partícipes de este encuentro. Una reunión que no solo es la última noche de un bar sino también el punto final de las vidas de sus personajes, una suerte de muerte que espera un renacimiento con el amanecer. Un nuevo comienzo que, por cierto, no tiene nada que ver con el optimismo sino más bien con un salto al vacío.
Alejándose de la crónica gris desesperanzada de manual, Bill Ross IV y Turner Ross optan por el caos, por la selección de momentos, oscilando entre el drama personal, el jolgorio ebrio y rumor de fondo de un ruido menguante. De alguna manera, aunque distante en lo visual, estamos más cerca del Clerks de Kevin Smith (aunque posicionado al otro lado del mostrador) que de esas crónicas pseudonaturalistas de gris pesimista como por ejemplo el Nomadland de Chloé Zhao.
Quizás la mayor dificultad es sobrevivir al alud de grandes momentos (lo de cantar Crying de Roy Orbison ya debería ser canónico) para desentrañar la intención final. Sin embargo, es precisamente la suma del gran show con el momento íntimo más desapercibido es lo que construye el gran mural de vivencias que es Bloody Nose, Empty Pockets. Un retrato de esa América perdida, de los marginados, de unos ‹losers› reivindicado su derecho a existir con sus vidas precarias.
Sí, estamos ante un ejemplo de cine social perfectamente disfrazado en múltiples subtextos, en comentarios variados que van desde el alcoholismo (evidente) a la precariedad laboral, el trauma de la reinserción tras servir en el ejército y (por citar otro más) cómo el machismo y el racismo restan ausentes del campo de visión puesto que la miseria es la gran igualadora de géneros y razas.
No sabemos pues si calificar a este documental como un canto a la alegría o como el último jolgorio hedonista antes de la caída definitiva, pero, más allá de eso (probablemente sea todo lo comentado esté contenido en sus fotogramas), estamos ante un retrato preciso de la sombra que las luces de neón capitalistas proyectan. Una América tan agonizante e inadvertida como sus protagonistas. Un film cuyo título alternativo bien podría ser Outcast Lives Matter.