Summertime no es una historia veraniega cualquiera. Su marco temporal, julio de 2019, nos remite no solo a lo que normalmente se asocia a esa estación del año (alegría, buen tiempo, optimismo) sino que nos sitúa en el último verano de una normalidad prepandémica. Con ello es inevitable asomarse al film con la nostalgia de un tiempo tan cercano en el calendario como lejano en cuanto a la emoción se refiere.
No cabe duda de que esto juega en favor de asistir a un recorrido por Los Ángeles donde todo está bañado por la luz de la idealización. Una suerte de vidas cruzadas donde la poética de la palabra se junta con una selección de imágenes al servicio de un mensaje optimista, vital (y también un tanto ingenuo) de los vaivenes de la vida, de los pequeños (grandes) dramas de la juventud y cómo superarlos.
En favor del filme de Carlos López Estrada podemos decir que no hay un ápice de maldad ni de visión torticera en el asunto. Si acaso una leve mirada irónica, a veces rozando lo superficial, sobre la juventud que no pretende ser amalgama de subtextos críticos sino más bien una exploración de diversos asuntos generacionales: El (des)amor, la homosexualidad, el trabajo precario, la soledad y las consecuencias del éxito se citan en boca y vivencias de unos jóvenes cuya mirada dolorida no está exenta de moderada esperanza.
Aun manteniendo un tono coherente, Summertime adolece de cierta irregularidad, alternando situaciones y momentos ciertamente inspirados con otros que bordean la vergüenza ajena. De alguna manera se siente como un producto que busca un planteamiento arriesgado, con un inicio brillante a modo de carrera de relevos, pero que progresivamente se va abandonando en favor de una sucesión de eventos más clásicos en formato ‹set-pieces› y una tendencia a buscar el edulcoramiento, el ‹happy ending› forzado.
Todo ello acaba por conformar un producto que por momentos se pasa, por así de decirlo, de frenada en sus buenas intenciones. Cierto es que no está en el ánimo de López Estrada poner el foco en los lugares más oscuros de la narración, pero aún así da la sensación que hay un exceso de luz, como si fuera más que un canto al optimismo, un asidero vital, un clavo ardiendo donde agarrarse que trata de huir de los recovecos más problemáticos por omisión, limitándose a poner un leve barniz dramático que tiene como único objetivo servir de contraste para la redención final.
De todas maneras, y a pesar de este despliegue excesivo de azúcar, Summertime resulta más que satisfactorio en sus propósitos. Al fin y al cabo, si se trataba de insuflar esperanza dando un respiro humorístico, la vía escogida no era en absoluto la más sencilla. Un reto este, del que la película sale airoso. Puede que se le vean en exceso las costuras, que por momentos tenga aires de amateurismo de proyecto de fin de carrera (sobre todo en lo que respecta a los intérpretes) pero nada de ello consigue evitar que acabemos el visionado con una sonrisa en la boca. Poco más se puede pedir.