Se ha hecho mucho cine sobre el cáncer, y en cierto modo no es para menos, porque su prevalencia genera uno de los miedos más asentados y recurrentes en la sociedad actual. También por lo que supone a nivel emocional la presión constante generada por una enfermedad que avanza gradualmente, por la incertidumbre o la impermanencia ante la expectativa de la muerte y por cómo se proyecta ante los demás, cómo afecta a las relaciones y las dinámicas. Con mayor o menor fortuna, estos temas se han explorado en profundidad y en múltiples ocasiones.
¿Qué aporta entonces Hope a este panorama? En principio, la perspectiva que ofrece Maria Sødahl es sumamente valiosa por su historia personal. Esta directora noruega, que debutó en 2010, no realizó otra película hasta nueve años después. Y ésta es la que nos ocupa, donde presenta una autobiografía ficcionada para narrar su propia experiencia lidiando con un cáncer que, como le sucede a Anja, la protagonista del filme, también fue clasificado como terminal. Con todo, el precedente y el propio título pueden llevar a error, porque la de esta cinta no es una historia de superación. Anja todavía no se encuentra en esta etapa, y podemos tal vez imaginar su evolución, pero la obra pasa de largo con elegancia y se fija en una fase muy concreta, muy breve, pero muy definitoria del proceso: el momento en el que descubre que su tumor pulmonar, antes controlado, ahora se ha diseminado al cerebro y amenaza con una metástasis letal, y los días posteriores a este diagnóstico repentino y tan pesimista como lleno de incertidumbre.
Poco a poco, el cáncer pierde parte de su puesto central en la narrativa, aunque sigue siendo esencial para comprender todo el proceso emocional por el que pasa la protagonista. Ésta se convierte cada vez más en una historia intimista, en la que la perspectiva de un estado terminal revela y exacerba debilidades estructurales en sus relaciones. Arrastra frustraciones y problemas de fondo con su pareja, y también una cierta sensación de culpa respecto de sus propios sentimientos hacia sus hijos. Y en este caldo de cultivo ya cargado, la mala noticia se convierte en un catalizador de todas esas emociones que le hacen sentir con todavía más fuerza que las cosas no encajan como deben y que debió haber tomado ciertas decisiones mucho antes.
En cierto modo, a lo que se refiere el título no es tanto una esperanza como una reafirmación. Y una reafirmación que no sale barata, sino que viene dada por la exteriorización de una crisis latente. La película se centra en especial en la relación con Tomas, su pareja, y en lo difícil que resulta asumir un compromiso que nunca se ha sentido tan fuerte como en esta situación excepcional. Lo que puede parecer un apoyo esencial para sobrellevar una circunstancia terrible es en realidad una fuente de inseguridad muy lógica: si la fortaleza de esta relación sólo puede revelarse en una situación extrema como ésta, ¿es realmente una relación bien establecida? La pregunta se lanza, y la respuesta es complicada. Hay fricciones y recuerdos de eventos del pasado mal resueltos, así como la sensación de que cualquier muestra de cariño o preocupación es artificial o sobrecompensada. Por ello, aquí abundan los reproches, las expresiones airadas y los sentimientos de culpa.
Y la forma que tiene Sødahl de contar todo este proceso es de una lucidez y una contención dramática impresionantes. Anja es un personaje bastante explosivo a la hora de expresarse, pero en todo momento, incluso con un desarrollo narrado siempre desde su punto de vista, la forma que tiene la historia de presentar estos sentimientos es respetuosa y lo suficientemente contenida, teniendo en cuenta lo que es, una sucesión desordenada de emociones exacerbadas, decisiones difíciles y una presión adicional generada por el dilema de qué hacer con su imagen frente a los demás.
Hope, a su modo, se siente más completa que muchas otras historias que suceden en torno al cáncer, a pesar de estar encapsulada en una fase muy concreta y breve del mismo. Gran parte de ello es la experiencia personal que se traslada directamente a la cinta y que podemos ver en cómo trata las emociones de Anja, la incomodidad e inseguridad progresivas con ciertas cosas del día a día, las explosiones y la rutina viciada y relativizada por algo que no se puede quitar de la cabeza y que no sabe cómo abordar. Y el excelente y sincero retrato sobre el papel se ve refrendado con una ejecución madura que evita la sobreactuación, con un ritmo muy bien medido y con dos interpretaciones principales excelentes, de perspectivas casi antagónicas en la forma de vivir el proceso y de exteriorizar sus sentimientos, pero ambas complicadas y llenas de contradicciones internas.