El ilustrador francés Aurélien Froment, conocido como Aurel, realiza su segunda incursión en la animación con este largometraje centrado en la figura de Josep Bartolí, dibujante republicano que en su exilio casi al final de la Guerra Civil pasó por varios campos de concentración franceses, ilustrando las barbaridades de su día a día en aquellos lugares.
Josep arranca como el ejercicio de memoria frente a su nieto de un anciano algo senil pero lleno de lucidez para los detalles de su historia, un recuerdo de sus experiencias en el campo de concentración llenas de violencia, de escenas crudas, sufrimiento y enfermedad, todo ello aderezado con el constante desprecio racista que sufren los españoles por parte de los gendarmes que los vigilan, unos sujetos desagradables, recalcitrantes y corruptos. Uno de ellos, sin embargo, es Serge, quien horrorizado con el trato a los presos entabla amistad con Josep Bartolí y decide ayudarle. De este modo se construye una historia de amistad entre dos personas de entornos opuestos, que permanecerá fiel a pesar del desprecio creciente que se ganará Serge en sus propios compañeros.
En un momento dado, el anciano sorprende a su despistado nieto, quien había creído hasta ese instante que él era realmente Josep. Esa figura idealizada, luchadora, surgida de la miseria, un superviviente moral. Cuando le revela que él en realidad fue el gendarme, el discurso adquiere otros matices, porque en este recuerdo se esconde un sentimiento de culpa que ha permanecido a lo largo de las décadas, un reflejo de lo que a Serge le gustaría haber sido, de lo que le gustaría haber hecho, de todo lo que pudo, o tal vez no pudo, haber evitado. Es así como entendemos que para él su amistad con el dibujante preso no es exculpatoria; es, si acaso, lo único de lo que pudo enorgullecerse en una época y una circunstancia que le hizo cómplice de los crímenes inhumanos del creciente nazismo y fascismo en Francia. Y es que Josep no olvida en ningún momento su situación histórica, es decir, no se limita a retratar una relación clandestina e ideal entre dos personas de estratos distintos. Mete, por el contrario, el dedo en la llaga de generaciones marcadas por su papel en los grandes conflictos del siglo pasado, en el rechazo o en la connivencia hacia lo que estaba sucediendo en ese momento.
Con todo, el verdadero protagonista de la historia, siempre desde el punto de vista de Serge, sigue siendo el dibujante. Recordado y retratado con mucho cariño por él, se nos presenta como un hombre de ideas férreas y lleno de dignidad, con talento para ilustrar lo que vivió en su día a día en los campos de concentración y siempre devoto de su novia embarazada, que con el paso de los años se convierte cada vez más en una quimera. Lo que se encuentra en esta película es una biografía realizada desde la admiración sincera y la humildad. Aurel homenajea así a Josep Bartolí, a través un personaje que canaliza sus sentimientos y reservándose de este modo un rol en la historia que nunca roba protagonismo a la figura que retrata. El problema con esto es que la cinta se convierte en una hagiografía de hora y cuarto, que incluso desde una perspectiva tan interesante y contradictoria como la de Serge se siente algo monocromática y agotadora, por lo que no resulta tan redonda ni tan emotiva como busca, aunque sí sumamente interesante como narrativa histórica.
Por otro lado, no he hablado hasta ahora de su animación y en cierto modo es porque la misma obra no parece darle mucha importancia. La fluidez de las imágenes es escasa, muy frecuentemente los personajes se “mueven” a través de cortes abruptos, y cuando lo hacen es de forma lenta y torpe. Podría hablarse de un estilo propio, sin duda, y adaptado a la narración, al fin y al cabo, ¿por qué debería haber dicho énfasis en la historia de una persona que se hizo conocida fijando y congelando sus vivencias en un papel? Y sin embargo, no me convence, y no lo hace porque me da la impresión que a Aurel no le importa el medio, que igual podría haber hecho esto que una presentación en diapositivas de sus dibujos. Y es que él, como Josep Bartolí, es un ilustrador. Le preocupan el encuadre, la iluminación y el contraste, el retrato a partir de imágenes fijas. Y lo traslada aquí de una forma en la que en todo momento surge la pregunta de si realmente la animación era el método que necesitaba para contar esta historia.
A pesar de todo esto, creo que Josep es una película muy apreciable como un acercamiento incompleto y sesgado pero lleno de sinceridad a un medio que claramente su director no domina, y que compensa con creces con su contenido. Una narración hermosa, elogiosa y sobre todo trascendente como relato cronológico y acercamiento a la figura de un autor y del contexto que le rodeó, así como en la exploración que hace Aurel de la identidad histórica y colectiva de su propio país y de un pasado no siempre digno de orgullo.