La aparente nada temática que ofrece Victoria, el documental firmado por el trío Sofie Benoot, Liesbeth de Ceulaer y Isabelle Tollenaere, entronca perfectamente con su paisaje. Una ciudad a medio construir y que, lentamente, se cae a pedazos, un sueño utópico convertido en polvo y ruinas, un no lugar donde la vida quedó a medio florecer. Sí, Victoria es precisamente un documental en primera persona, un video-diario, sobre rutinas, constructos inacabados, esperanzas truncadas y espacios alternativos, como de una dimensión paralela, que se convierten en reflejos pesadillescos de una nostalgia pasada.
California City es, de alguna manera, el sueño de construir un ciudad gemela a Los Ángeles, una utopía que entronca con la aventura de los pioneros en su camino hacia el oeste, pero que finalmente ha quedado a medio hacer. Como si de alguna manera representara todo lo que es América hoy día, un sueño a medio construir que se derrumba lentamente entre la melancolía de sus habitantes.
Siguiendo el trayecto vital de su protagonista, Lashay Warren, durante dos años, lo que en principio parece una crónica de la cotidianidad acaba por convertirse en un espacio de reflexión existencial donde la vida no solo es la constatación de una realidad de lo vacío, sino el cómo rellenarlo a base de nostalgia de un pasado idealizado y de un futuro que nunca ocurrió.
La comparación entre California City y Los Ángeles, dos espacios gigantescos separados por una montaña, existe solo en el plano mental de su protagonista, recordando su vida pasada, y en la ficción de un Google maps que nos permite recorrer esos espacios idealizados pero que restan tan vacíos como la propia realidad física en California City.
Por eso Victoria resulta un film que no solo sitúa a sus personajes como pioneros frustrados sino que habla de (y desde) la desolación, de la no existencia de asideros temporales ni físicos, de un estilo de vida que se derrumba entre bostezos, polvo y un paisaje de cariz casi post (o igual mejor pre) apocalíptico.
El problema fundamental con el film es, como decíamos al principio, que todas estas ideas, sin duda interesantes, acaban por transmitirse en el propio desarrollo. Si bien podemos decir que como traslación sensorial funciona de maravilla también cabe apuntar que no resulta nada sencillo entrar en lo propuesto precisamente por esta sensación de aburrimiento y hastío vital que transmite.
Victoria acaba siendo un viaje nada satisfactorio en su transcurso, un despliegue de ideas con el que resulta muy difícil conectar completamente y que, solamente, se consigue apreciar a través de una reflexión intelectual a posteriori. Un documental tan árido como el paisaje y tan áspero emocionalmente que dificulta enormemente la conexión emocional y la empatía. Hay compasión y aprecio por los personajes, sí, pero no tanto por un espectador al que se le pone muy difícil captar dichos sentimientos. De esta manera Victoria acaba siendo un traslado ejemplar de la vida de sus personajes, un proyecto incompleto que sueña con lo que podría haber sido y no fue y del que solo vemos sus bastidores inacabados.