En el invierno de 1974 el cineasta alemán Werner Herzog recibió una llamada alertándole del grave estado de salud de Lotte H. Eisner —la crítica de cine y cofundadora de la Cinemateca Francesa—. Su impulso fue ir a su encuentro y recorrer a pie la distancia que separaba Munich y París en un trayecto que le llevó tres semanas y que registraría en un diario personal, que más tarde publicó bajo el título Del caminar sobre hielo. Inspirado en este hecho y su libro, Pablo Maqueda sigue los pasos del director en Dear Werner (Walking on Cinema) (2020) reproduciendo su camino en soledad con el equipo técnico básico de grabación que documenta el viaje. En este diario personal y ensayo fílmico las reflexiones de Maqueda en la narración acompañan las imágenes que capturan los paisajes, ambientes, pueblos y los cambios de la paleta de colores en un desplazamiento que se percibe prácticamente ineludible a través del mismo sendero que siguiera Herzog, quien también participa con su propia voz leyendo algunos fragmentos principalmente en la parte inicial de la cinta. A partir de la evocación de numerosos textos en pantalla y de su perspectiva con la cámara se construyen los espacios, que adquieren resonancias históricas, de aquella especie de película nunca filmada mientras encuentra su propio sentido a la recreación.
Las referencias a la filmografía de Herzog se suceden de forma más o menos directa, a través de la voz del director o de las imágenes, en un ejercicio de introspección y también de exploración de su contacto con el entorno y hacia el cine. Dear Werner es un homenaje a un director clave de la historia e intenta reflejar su relación con la naturaleza y la autoría cinematográfica. Una relación ambigua, que por ejemplo documentaba el largometraje Burden of Dreams (Les Blank, 1982) en su acercamiento al complejo, largo y duro proceso de producción de Fitzcarraldo (1982) —«La selva es obscenidad y fornicación», diría en cierto momento ante la cámara—. Maqueda tiene sus propios demonios y alberga también frustraciones sobre su profesión, subrayando con la música de carácter atmosférico un inquietante extrañamiento que emerge de ellas. El peregrinaje que lleva a cabo es una búsqueda intuitiva de un lenguaje personal que le permita trasladar a su montaje un momento vital concreto, instrumentalizando las palabras y reinterpretando la experiencia de otro. Un paralelismo que resulta evidente conceptualmente sobre cómo funciona el cine: las sinergias e inspiraciones que provoca la obra y la figura de unos creadores en otros, retroalimentándose. «No importa quién llegue antes o después, todos recorremos un camino», dice Maqueda.
La muerte y el miedo a la pérdida de Eisner era lo que movía a Herzog. Un cementerio de un pueblecito francés cercano a la frontera alemana con víctimas de la Primera y la Segunda Guerra Mundial aparece y así se explicita la conexión entre ambos países y con la importante labor de Lotte H. Eisner, quien salvaría en colaboración con Henri Langlois multitud de películas de ser destruidas por el régimen nazi que ocupaba Francia en aquellos momentos. En el templo de la cinefilia, que aun resiste el paso del tiempo, realiza su penúltima parada Maqueda. Todo cobra sentido. Su caminata, su salida de una cueva donde se esconden texturas y colores a la espera de ser encontradas por la luz y las películas nunca hechas, el alejamiento de la cotidianidad… una distancia y un lapso de tiempo necesarios para tomar perspectiva y consciencia holística. Igual que la existencia de la Cinémathèque y la actividad de otros lugares similares y personas dedicados a ello, que permiten descubrir desde la actualidad un hilo que conecta las primeras películas rodadas y proyectadas por los hermanos Lumière, así como el asombro de sus espectadores, con el cine contemporáneo y nosotros mismos.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.