Por su planteamiento argumental, Breeder podría haber sido perfectamente un producto de base “Cronenberguiana”. Corporaciones opacas, manipulación genética y procesos para revertir el envejecimiento conformaban un cocktail que rápidamente se asocia al concepto de la nueva carne. Evidentemente, al ser un film más tendente al género puro y duro, cabría esperar alguna concesión estética al respecto pero nunca lo que finalmente el film de Jens Dahl ofrece.
Finalmente Breeder se convierte en un ‹torture porn› arquetípico, que pica de ideas de Saw o fundamentalmente Hostel, fiándolo todo a una profusión de escenas a cual más desagradable, violencia gráfica de cariz meramente provocador en medio de escenarios mugrientos y una pretendida atmósfera y contexto malsanos.
El argumento, como decíamos, ciertamente interesante, acaba por convertirse en un mero medio para el fin, que no es otro que “deleitarnos” las retinas con una exhibición impúdica de escenas en las que impera un crescendo de violencia y que, por si fuera poco, no solo resultan tan intrascendentes como aburridas (por lo reiterativo), sino que caen en incongruencias de bulto de guion y arrojan un mensaje final que, siendo generosos, es más que moralmente discutible.
Ya no se trata solo del comentario al respecto de intereses oscuros o de como solo los poderosos pueden obtener ventajas de la medicina avanzada a costa de los más desamparados, se trata también de poner a la mujer como principal objeto de vejación y ser el foco de todos los abusos posibles. Una misoginia que pretende ser maquillada al reducir a los personajes masculinos a la condición de enfermos mentales o “víctimas” de un engaño y consumando una venganza final coral femenina contra los que les han hecho daño. Todo ello podría incluso conformar un mensaje (dudoso) de sororidad y empoderamiento femenino, pero acaba desvirtuado en una última decisión de guión que resulta polémica desde el punto de vista ético y ciertamente deleznable al respecto del mensaje que arroja.
No nos queda claro pues, si estamos ante uno obra con ganas de generar debate o sencillamente se trata de una provocación de factura pobre que tiene que recurrir a trucos sanguinolentos y decisiones a la contra para sencillamente llamar la atención, compensando así la nula posibilidad de ser rescatada por unos valores cinematográficos que, más allá de tirar de manual subgenérico, brillan por su ausencia.
Al final, estamos ante un producto tan pobre que ni con todo su despliegue de morbosidad y gore “jetista” consigue que la indignación vaya más allá de los cinco minutos posteriores de su visionado. Todo queda reducido a un sinsentido que quiere combinar antagonismos imposibles de reconciliar como el feminismo y el ‹not all men› o la denuncia del poder oculto privilegiado del hombre blanco cishetero con la redención final del que, quizás, es el mayor culpable de todo lo ocurrido. Un film pues que es oxímoron en si mismo, una contradicción constante que no lleva ninguna parte más que, para los aficionados a este tipo de género, “disfruten” de torturas y sadismo sin justificación en pantalla.