Celia regresa a la casa familiar e intenta comportarse ante los demás como si no ocurriera nada fuera de lo habitual. No sabemos exactamente por lo que ha pasado la protagonista del corto Todo el mundo se parece de lejos (Rafa de los Arcos, 2019), pero los síntomas y las situaciones son reconocibles de forma inmediata. Cierto sentido de desorientación y de tristeza contenida se puede encontrar en el rostro de Bruna Cusí, que está presente desde el comienzo y no abandona en el resto de su metraje. La actriz sustenta prácticamente el relato a través de todos sus planos. La cámara en mano la sigue muy de cerca, apostando por entrar en su psicología desde un punto de vista muy marcado en la narración. La vemos llegando con la compra, discutiendo con su madre en una de esas conversaciones en las que los hijos se niegan a sentirse tan pequeños como les obligan sus progenitores —con sus cuidados insistentes y no solicitados, pero en el fondo necesitados—. La concisión del montaje en un puñado de secuencias construye una narrativa al servicio de capturar un sentimiento muy concreto y desolador: asumir la conclusión de una parte de tu vida y la imposibilidad del reencuentro emocional con alguien a quien todavía amas pese a todo, del regreso a ser quien eras antes.
Si algo destaca en su brevedad es el buen uso de nuestra relación con las pantallas como medio para comunicarnos. Unas pantallas y dispositivos que nos permiten ocultar los titubeos o dejarlos patentes más de lo que nos gustaría, en los que un inocente audio de WhatsApp puede ser escuchado una y otra vez para tratar de escrutar el significado oculto de las palabras del interlocutor y el tono usado en cada inflexión de su voz. Un cordón imaginario que nos une con aquellos en los que pensamos, que nos invita a crear posibilidades y expectativas incluso en la distancia. Un nuevo trabajo, un nuevo lugar donde vivir este período de crisis y el silencio introspectivo de una mujer que intenta recomponerse sin dejar de pensar del todo en la oportunidad de reparar aquello que está roto. Poco se necesita para que el afecto forme realidades inexistentes y provoque esperanzas infundadas. Con todo esto el director plantea un viaje directo a la decepción, al dolor punzante que proporciona una herida sin cicatrizar cuya cura está lejos de encontrarse donde Celia desea. Su anhelo es uno muy específico y universal: el que nos empuja a resignificar gestos y mensajes desde una subjetividad repleta de ambigüedad —en la que se vislumbra cierto autoengaño— dentro de las refinadas sutilezas de la magnífica interpretación de Cusí.
La distancia se convierte en algo real, tangible y nada metafórico con el trayecto que recorre Celia a primera hora de la mañana en diversos medios de transporte y el tratamiento claro de un paso del tiempo bien definido en su montaje. El autoengaño se subraya con el uso de una música de marcado carácter melodramático, que anticipa el desenlace e intensifica la excitación y el optimismo ante lo desconocido. Un poco de maquillaje de más del adecuado para un encuentro casual a la salida del trabajo de su antigua pareja, un conjunto sugerente aunque cotidiano. La coquetería, la sonrisa, la duda… En un instante Todo el mundo se parece de lejos es capaz de elevarnos y arrastrarnos aprovechandola misma inconsciencia compartida con Celia —y nuestro reconocimiento de una parte de nosotros en ella—, de nuestros inconfesos y recurrentes errores de juicio cuando otorgamos excesiva importancia al otro sin atender ni a las señales ni a lo aprendido en el pasado, por muy penoso que resulte aceptarlo.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.