El western podría considerarse uno de esos géneros puros por antonomasia. Sus códigos, sus arquetipos, sus paisajes. Algo que parece tan inamovible como ese pasado congelado que retrata. No obstante tal afirmación podría ponerse en cuarentena, ser impugnada por el hecho de que más que un género puro el western sería una suerte de súper género que, aun en pequeñas píldoras, contiene elementos de todos los demás géneros. El drama, la comedia, el romance, las aventuras e incluso el horror están presentes de una manera u otra. Más allá de esto parece una tendencia sustituir el agotamiento genérico de las películas “del oeste” (que dirían los más viejos del lugar) a base de cruces tan curiosos como de resultados desiguales. Ejemplos de ello los tenemos con Cowboys & Aliens (Jon Favreau, 2011) o la más reciente Bone Tomahawk (S. Craig Zahler, 2015).
Precisamente esta última, con su ‹mashup› entre el western de raíz más clásica y el gore más salvaje reminiscente de Las colinas tienen ojos, pareció dar con la tecla correcta a la hora de crear nuevos espacios genéricos donde se produjera una convivencia tan impactante como harmónica entre mundos tan dispares. Siguiendo esta línea Aaron B. Koontz nos presenta The Pale Door, un western acerca de la redención personal, los traumas familiares y… brujería.
Un film que se estructura en dos partes bien diferenciadas, una presentación que se mueve sin problemas entre los códices del western más tópico (duelos, atraco a un tren en busca de botín) y que sin apenas solución de continuidad salta al mundo del terror en lo que será una lucha a muerte entre forajidos (que en el fondo no lo son tanto) y brujas revividas directamente desde los tiempos de Salem.
Un planteamiento este ciertamente atractivo que da paso a una realidad ciertamente decepcionante. Hablando claro, The Pale Door no solo no funciona por su débil guión y sus situaciones “porque sí” sino que se estrella ante una pobreza de recursos que nunca consigue ser paliada ni por unas interpretaciones competentes ni por sus intentos de apelar a valores clásicos del género.
Lo que encontramos en su lugar es una puesta en escena pobre, con decorados que parecen salidos de un parque temático, una factura televisiva digna del canal SyFy y un desarrollo que parece una copia trucha de Abierto hasta el amanecer. Si ya esto es de por si malo, lo peor está en que nunca hay una explicación clara de las motivaciones de nadie. Todo funciona a ráfagas, como si se improvisara sobre la marcha, dando lugar a situaciones y a diálogos tan absurdos que podrían ser casi de comedia involuntaria si no fuera por su tono de seriedad impostada.
The Pale Door es pues justo lo que su título indica, una puerta a un universo híbrido pero que resulta pálido tanto en el reflejo de sus dos bases genéricas como en su intención de copiar estructuras y situaciones de otros films. Una película que no consigue ninguno de sus objetivos al no generar miedo alguno ni destilar esa épica tan propia del ‹far west›. Un desastre sin paliativos.