Una de las virtudes de Los que vuelven es afrontar, en una especie de vuelta a las raíces, la mitología del zombie o en este caso del retornado, desde una perspectiva que se acerca a la raíz “tourneriana” del asunto. No solo en el aspecto de mostrarlos como seres poseídos sino por el tratamiento colonial del asunto y sus implicaciones de cierta lucha de clases entre los desposeídos (de alma, de tierra, de cultura, de vida) frente a sus amos con capacidad de decidir sobre sus cuerpos y sus destinos.
Más allá de eso, Laura Casabé añade un toque contemporáneo en forma de feminismo, donde ser mujer implica otra forma de sometimiento. En el fondo da igual ser la mujer del colono o sierva indígena, aunque los niveles son distintos, siempre se está bajo el yugo de lo que ordene el propietario varón. Por ello es interesante cómo la directora consigue que las diferencias de estatus social (y terrenal) acaben diluidas en un forma de sororidad que si bien no es expresada en estos términos es perfectamente asimilable a una realidad actual.
Con todo este temario de fondo el relato de Los que vuelven es sin duda apasionante, o como mínimo, con mimbres para tejer una historia potente. ¿Cuál es el problema? La narrativa. Estructurada en un pequeño prólogo y tres capítulos, el film arranca con situaciones como mínimo misteriosas que, mediante un acertado uso de la elipsis, sugieren más que muestran mientras tejen los comentarios subtextuales pertinentes.
Pero increíblemente, el capítulo dos se convierte en un ‹flashback› eterno para explicarnos los dos minutos del prólogo y, el capítulo tercero, se limita a repetir los eventos del primero desde otro punto de vista, rellenando esas elipsis con detalles insustanciales para el desarrollo de la trama. Todo ello para acabar en un desenlace nada sorpresivo que, para mayor inri, acaba siendo atropellado y hasta ciento punto incongruente con los visto anteriormente, sobre todo por una profusión de ‹gore› totalmente gratuita en relación al tono expresado durante todo el metraje.
Con todo ello lo que la directora argentina consigue es desmontar todo el halo de misterio planteado en el primer acto y sumir al film en una narración tediosa, sobre-explicativa, cuya aportación a la narración es nula. Al final, los cambios de perspectiva no solo no arrojan ningún tipo de luz al asunto sino que se configuran como una mera excusa para dotar al film de un salvajismo físico que se antoja absolutamente innecesario para sus propósitos subtextuales.
Así Los que vuelven pasa de ser un film enigmático con una puesta en escena elegante a convertirse en un film tedioso de venganza desde, por así decirlo, el más allá que flirtea más con cierto gore rural que con esa visión política y feminista que planteaba al inicio. Decepción pues con la propuesta de Casabé básicamente por ser capaz de demostrar su capacidad tanto para generar propuestas más que interesantes como para mostrar una madurez visual embebida de los clásicos, para acabar enrocándose en una suerte de subproducto de género que destruye todas las buenas intenciones mostradas. Una auténtica lástima.