No sé, creo que desde Austria nos quieren decir algo sobre la comodidad actual de ser joven, guapo y ligeramente alocado. Pero de una forma muy muy liviana, casi imperceptible, lo justito para marcar postura casual y coqueteo frente a la cámara. Una paranoia sobre lo incómodo que es montarse en el carrusel de la vida cuanto te acercas a la temida edad adulta, en un universo (el actual) que se muestra siempre de cara al público, desconociendo los límites de la intimidad, la verdad y la familia.
Lovecut maneja el ahora cómodamente. Nos envuelve de frescura presentando a jóvenes que viven al límite de sus posibilidades, relacionándose entre ellos para dar forma a los conceptos clave de cualquier película de estas características: amor, sexo, camaradería… eso que siempre nos han hecho creer que nos interesaba exclusivamente de adolescentes y que encontramos en cada retrato generacional con el que nos topamos (que pueden ser muchos, dependiendo de nuestra edad o nuestras ansias por indagar en tiempos remotos). Lo que intenta diferenciar este “ahora” del resto es que decide no encontrar el momento en el que apartar la cámara, cambiar de tema y romper con lo políticamente correcto, aunque sólo sea en apariencia, porque no parece que el riesgo real corra por las venas de estos jóvenes tildados por sí mismos como rompedores.
Encuentra una válvula de escape en su necesidad de hablar del esclavismo digital que impera estos días. Una de las historias transita en los sentimientos contrarios de una pareja cuando deciden subir al todopoderoso Internet sus encuentros sexuales, que por diversión suelen grabar. Lo curioso es la forma que eligen las directoras para introducirnos en este mundo, un tanto naïf y edulcorado, ofreciendo la visión ilusionista de sus protagonistas, dando pábulo a ese vacío que ofrecen las redes sociales, cuando te expones y no acabas de interiorizar que todo el mundo te observa y juzga sin sentimiento alguno. Esta es sólo una de las historias, pero poco a poco Lovecut va transitando por otros modos de conocer los cuerpos y sus reacciones en este grupo de conocidos bien avenidos. Aplicaciones para ligar, webcams, móviles de última generación… solo un primer paso para entrechocar cuerpos blanditos y uniformes que no buscan marcar la diferencia pero sí conseguir revolucionar al personal.
Así que bien, vale, Lovecut puede estar dirigida a un grupúsculo ilusionado por lo reactivo, tiene una luz acogedora, espacios vibrantes, jóvenes atrevidos y música actual, pero le falta algo de la suciedad adictiva de los retratos generacionales más puros, quedándose en la estética sin interesar demasiado los derroteros que toman las vidas de sus jóvenas y los tipos que circulan alrededor de ellas. Un canto a la vida y la juventud, sí, pero aproximándose a personajes realmente acomodados y caprichosos que no encuentran el modo de evolucionar una vez expira su altivez y tienen que mostrar el lado 100% real de su repercusión en la historia.
Puedes sentarte frente a la pantalla y observar, como cuando consumías series de TV sobre adolescentes con problemas de adolescentes que solamente sucedían en la caja tonta; también puedes descubrir la inspiración y la derrota de la película, pero no conseguirás retener en la memoria mucho tiempo lo sucedido, porque los efluvios pasionales que circulan a continuación sufren el efecto “su sesión ha expirado”, lo mismo que ocurre distrayéndote por las redes. Fogosa y efímera, no se libra de la fecha de caducidad. Pero tampoco es algo negativo, total, esta visión del ahora quedará obsoleta como lo está ya tu marca generacional en la historia, y esto da igual cuándo lo leas y cuántos años tengas.