Tench, último largometraje de la cineasta belga Patrice Toye, aborda un tema polémico (la pedofilia) desde una óptica muy poco complaciente, considerando que vivimos una época en la que prima el todo blanco o todo negro, y en la que se ataca de forma furibunda y a veces muy poco reflexiva todo lo que se considera censurable u ofensivo. En este sentido, plantear una narración desde el punto de vista de un pedófilo revela cierto atrevimiento, especialmente si el objetivo es entender lo que pasa por su cabeza, en lugar de caer en su simple demonización. Hay, en todo ello, un riesgo que su directora no termina de salvar, consistente en caer prácticamente en la posición contraria, la de sucumbir a la victimización del pederasta, presa de la anomalía de sus deseos. En todo caso, y aunque pueda perfectamente discutirse si el alcance de su sufrimiento no se ha sobredimensionado con la idea de remarcar su humanidad, resulta muy gratificante el tono civilizado y psicológicamente tan penetrante con que Toye, con la participación del guionista Peter Seynaeve, conduce esta historia tan perturbadora, aunque sostenida por una premisa un tanto cogida con alfileres (¿hasta qué punto es creíble que un pedófilo que busca la reinserción social se tope con una niña “abandonada” que no para de seguirlo a todas partes?).
El actor Tijmen Govaerts da vida al sufrido protagonista, rompiendo con cierta imagen preconcebida que se tiene de cómo debe de ser un pederasta, y en su interpretación, contenida y matizada, reside uno de los principales valores de la película; en ella y en la química establecida con la pequeña Julia Brown, actriz novel que se mueve en pantalla con gran desenvoltura y naturalidad. La relación que se establece entre ambos (y que puede remitir a la de los dos protagonistas de la romántica Sibila, de Serge Bourguignon) se mueve en ese contraste electrizante entre la absoluta ingenuidad de ella, que desconoce que está trabando amistad con un “monstruo”, y la conciencia del peligro de él, que se va dejando contaminar por el deseo creciente hacia la pequeña. La idea más subversiva e interesante de la película, en esta tesitura, es hacernos ver que el “monstruo”, en el fondo, tiene buen corazón. O dicho de otro modo: que alguien que esconde los peores instintos, y que de hecho ha cometido y podría volver a cometer actos atroces, quiere en el fondo regirse de modo moralmente correcto, quiere ser, en definitiva, una buena persona. Y sufre por no poder serlo, o sólo intermitentemente, en esos resquicios en los que su desviada sexualidad le da algo de margen para la bondad y la tranquilidad.
Como se dijo al principio, esta idea puede (o no: no he estudiado la naturaleza clínica de la pedofilia y, en todo caso, imagino que hay grados dentro de ella) cuestionarse hasta cierto punto. Porque, siendo honestos, ¿no está un hombre adulto capacitado para minimizar y/o doblegar aquellos deseos que le causan tanto sufrimiento? ¿O acaso pueden estar éstos tan arraigados y ser tan dominantes que cualquier resquicio de voluntad quede inmediatamente neutralizado? En Tench, el personaje principal sufre por su incapacidad para llevar una vida normal, por esa falta de fortaleza que le permita dejar a un lado la tentación que encarna esa niña por la que, paradójicamente, acaba sintiendo un afecto y una preocupación verdaderos. De este modo, esta fascinante ambivalencia coexiste con alguna escena que parece algo salida de tono (el autoalivio sexual en el trabajo, poco creíble a efectos dramáticos) y que incide de forma un tanto excesiva en la naturaleza patológica de la pedofilia, como si fuera una enfermedad de la que no se puede escapar y que, por tanto, dejara libre de culpa la conciencia del perpetrador de crímenes de esta índole.
Como puede verse, entre los logros de esta notable película está su capacidad para generar debate y reflexión sobre un tema sobre el que apetece muy poco reflexionar, a pesar de que películas como En la habitación hicieron esfuerzos considerables para hacer ver al respetable de que no bastaba con la simple demonización del pederasta. También, gracias a su atinada narración y a su sugerente envoltorio formal (estupendas la música y la fotografía de John Parish y de Richard Van Oosterhout, respectivamente), se sitúa varios peldaños por encima de otras propuestas similares caracterizadas por su carácter televisivo y por lo tramposo de su planteamiento narrativo, como es el caso de El leñador, de Nicole Kassell. Tench, con pulso, delicadeza y capacidad para inquietar sin dejar de resultar en todo momento compleja y humana, se erige en uno de los dramas psicológicos más atractivos del cine europeo reciente, lo cual ya es mucho decir. En definitiva, una buena recomendación para quien quiera sumergirse en un tema peliagudo de la mano de alguien dotado de sensibilidad, inteligencia y ganas de bucear en las zonas más turbias de la naturaleza humana.