«La felicidad de los seres humanos está por debajo de la voluntad de Dios.»
La tradición conservadora y supersticiosa de Latinoamérica hace que la homosexualidad sea un tema tabú en muchas de sus regiones donde esta condición se entiende como una enfermedad perversa que hace de los hombres depravados insalubres capaces de corromper a todas las “sacras” esferas sociales en las que irrumpen, siendo los “maricas” los portadores de un maleficio incomprensible, de un virus antinatural que debe erradicarse con urgencia. En estos países persiste una idea macabra del constructivismo social en la que se cree que la homosexualidad es una malformación de la personalidad producto de una crianza donde hubo presencia dominante de lo femenino, y que la solución para curar a estos hombres es forzarlos a desarrollar su masculinidad interpretando los roles clásicos de “macho”. Esta es la realidad que intentará retratar Jayro Bustamante en Temblores, donde la homosexualidad recién descubierta del protagonista Pablo será un demonio a exorcizar por el bien de su familia y sus creencias.
La película es un drama donde la estética juega un papel fundamental gracias a una iluminación en la que prima el blanco de altos contrastes y un arte con azules opacos reiterativos, recursos que generan un ambiente sombrío donde se puede sentir la presencia de una fe que agoniza. También el diseño sonoro resalta por presentar siempre una atmósfera sobrecargada del sonido ambiente donde el espectador puede sentir a los personajes constantemente acompañados del murmullo cotidiano, reforzando con esto la idea de que el individuo siempre está condicionado por la realidad social.
El guion es el aspecto que más tambalea, y es que en los primeros compases la cinta recurre a todo tipo de tópicos sobre la discriminación LGBTI de manera gratuita sin presentar un trasfondo sólido o una interpretación sobresaliente, y esto involucra también a las actuaciones de varios personajes que más que contenidas o dramáticas se sienten recitadas y planas. Conforme avanza la película estos problemas merman y se va haciendo más claro el objetivo del realizador, que es evidenciar la hipocresía de esta sociedad que más que preocupada ante una posible enfermedad o pecado, teme lo que va en contra de sus costumbres y es capaz de sacrificar cualquier cosa para salvaguardar las instituciones que las soportan, las cuales están por encima del bienestar de los individuos porque lo primero no es Dios sino la iglesia.
La terapia de reconversión es quizás el mejor segmento de la cinta donde no hay lugar para las virtudes cristianas, ya que el rol de los pastores en este espacio es más parecido al de instructores del ejercito que intentan forzar a los hombres a través de la humillación y la agresividad a despertar su heterosexualidad. Terapia un poco chocante que ya podrán imaginarse como termina, porque en ella lo importante más que cambiar es doblegar. Los niños también juegan un papel importante en esta historia ya que se puede concluir que son el verdadero motivante para que el protagonista tolere estas torturas; ellos son algunos de los actores más consistentes a lo largo de la película y nos regalan momentos bastante tiernos y sensibles.
Temblores es una cinta con varios problemas que a pesar de ello guarda un comentario interesante sobre el choque cultural que ha sido para Latinoamérica asumir y tolerar a las personas de la comunidad LGBTI. La película nos recuerda que la identidad sexual no es una elección (así como no se elige con quien se sueña) si no una realidad que escapa a la razón y es más propia del sentimiento que debe valorarse sin recurrir a prejuicios dejando de lado el vicio de asociar lo extraño o no convencional con lo negativo.