En la memorable y pese a ello muy olvidada A woman’s face (George Cukor, 1941), Joan Crawford interpreta a una mujer desfigurada a causa de un incendio provocado por su padre, un alcohólico maltratador. La cicatriz en su cara no sólo es física, sino también de carácter: se convierte en una criminal sin demasiados escrúpulos, una mujer hosca, envidiosa y encerrada en sí misma.
Dirty god, nueva propuesta de la joven realizadora holandesa Sacha Polak, pone en juego un plantemiento similar al del film de Cukor: Jade, una madre soltera que vive en un ‹council flat› de Londres, lucha por recuperar su vida tras sufrir una quemadura con ácido por parte de su ex-pareja. Ambos films plantean escenarios similares en tanto que ponen en primer plano el horror del abuso machista; si en el caso del film de Cukor está revestido de algunos “condicionantes” (padre borracho, incendio), en el de Polak el horror se produce de manera consciente y premeditada, un atentado contra quizás el mayor elemento identitario de una persona (su rostro) con el único objetivo de vejar y deshumanizar.
Vicky Knight, protagonista de Dirty god, es una actriz no profesional que sufrió quemaduras en su infancia, algo que quizás le sirva para ofrecer una interpretación ejemplar de un personaje complejo, alejado de las victimizaciones. Mientras que en A woman’s face el personaje interpretado por Crawford alcanza la redención o reparación gracias a otro hombre, en Dirty god Vicky está sola, enamorada de la pareja de su mejor amiga y teniendo que aguantar comentarios y miradas por su aspecto físico.
Se trata de un film en el que una identidad ya formada se ve truncada de repente por un elemento externo, y es ahí donde se produce la fractura de querer continuar con una vida y una personalidad que ya no es posible tener. Vicky no puede ir de fiesta sin ser observada, tiene problemas para establecer relaciones sociales, tiene envidia del rostro inmaculado de su amiga. Sus intentos de redención por vía externa (el amor por otro hombre, el intento por restablecer su figura perdida a través de una operación estética) se revelan como un fracaso, algo que la lleva a aprender que sólo ella misma podrá construir una nueva identidad en la que sentirse cómoda.
Polak muestra un estilo algo sucio, cercano, de días grises y habitaciones pequeñas, en los que la música y la luz nocturna tienen un protagonismo especial. La buena construcción de su personaje principal permite a la película sostener algunos otros elementos menos redondos, como actitudes algo maniqueas de algunas situaciones o personajes secundarios o la sensación general de que el film podría haber dado mucho más dado el material de base con el que contaba. Uno de sus muchos aciertos es cómo muestra el deseo sexual de la protagonista, las necesidades físicas cubiertas a través de internet, una puerta abierta a un mundo tan maravilloso y tan turbio como el “real”.
A diferencia del film de Cukor, la magia del cine no logra restaurar el orden perdido: Vicky sigue siendo una mujer pobre, madre soltera, con el rostro desfigurado, que se verá obligada a construir una nueva identidad por ella misma. Su hija, sus aficiones y su fuerza de voluntad son los únicos elementos con los que cuenta, habida cuenta ya de que el cine hace mucho que dejó de ser capaz de restaurar un rostro.