Hablar de Rusia en estos momentos es hablar de Vladimir Putin. Un presidente cuyo poder omnímodo, enmascarado bajo un presunto sistema democrático, es capaz de generar memes pero también un temor reverencial. La oposición, la disidencia, está desaparecida o se hace desaparecer. Junto a ello, sus aplastantes victorias electorales se perciben como, a pesar de sus métodos (o precisamente gracias a ellos), producto de un enorme apoyo popular y, ya de paso, generan esa idea de una población rusa que desconfía de la democracia y prefieren el poder de un hombre solo pero fuerte. Los Zares, el comunismo y Putin conforman una línea histórica que, si bien ideológicamente están a gran distancia, viene a confirmar esta premisa.
The Foundation Pit de Andrei Gryazev se postula como la antítesis a tal aseveración, recorriendo el país a través de vídeos grabados donde gente de diversas extracciones (campesinos, militares, obreros, habitantes de suburbios urbanos y de pequeños pueblos) manifiestan su descontento hacia Putin ya sea en forma de ruego, petición formal o directamente insulto hacia su figura y gestión.
Abriendo con diversos casos de accidentes en pozos de cimientos dejados sin construir, estos se convierten en la metáfora del estado del país. Un enorme agujero donde presuntamente se iba a construir algo pero que se ha abandonado dejando a sus habitantes a su suerte. Una especie de País de Nunca Jamás en el sentido literal del término donde los niños han sido abandonados a su suerte y donde nunca jamás habrá la prosperidad prometida.
Y hasta aquí llega el propósito del film. Su vertebración en pequeños vídeos acaba por convertirlo en un ejercicio interesante al principio, monótono en su desarrollo y tedioso finalmente por lo repetitivo de la fórmula y el mensaje. Como siempre en estos casos, hay fragmentos más interesantes que otros, pero es más debido a lo que comentan las personas implicadas que no a la aportación que pueda hacer el formato.
No diremos que estamos ante un documental autocomplaciente (de hecho, la exposición de su contenido ya es un riesgo para Gryazev y sus protagonistas) pero sí funciona más desde una posición de rabia, de esputo de bilis contenida, que como un producto cuya crítica actúe de una manera reflexiva y ordenada. Así, como el título ya es una declaración de principios tan metafórica como obvia, los vídeos se lanzan en un caos donde no hay gradación, ni bloques temáticos ni geográficos, solo explosiones de ira que, como material político, no hacen ni cosquillas como crítica al poder.
Es por ello que aunque The Foundation Pit pueda tener cierta relevancia en cuanto a desmentir la premisa de Rusia y su población como bloque monolítico de opinión, no es menos cierto que su vocación de crítica no pasa del exabrupto más o menos políticamente violento. En realidad, detrás de esta denuncia tan salvaje en apariencia, se esconde un material inofensivo. Críticas lanzadas desde gente que vive en los márgenes de la sociedad y que no se articulan más allá de la queja personal. En el fondo The Foundation Pit cae en el error que quiere criticar: focalizarlo todo en un solo hombre en lugar de intentar comprender y reflexionar sobre el sistema que ha causado el desastre.