El extraño y sugestivo debut del argelino Amin Sidi-Boumédiène es una road movie centrada en dos personajes, amigos de la infancia, que recorren el desierto para dar caza a un peligroso terrorista llamado Abou Leila. Siguiendo una pista falsa a sabiendas, Lotfi quiere en realidad alejar a S. de la violencia y del creciente terrorismo en la ciudad, pero dicha violencia les termina alcanzando, golpeando y sumergiéndoles de lleno en una espiral acrecentada por la fuerte disociación de la realidad que sufre S., y la que parece una simple búsqueda se pierde entre sueños e imágenes grotescas hacia un recorrido surrealista y equívoco.
Ambientada en 1994, en pleno hervor de la guerra civil argelina, Abou Leila no es tanto una película sobre la circunstancia histórica como una narración que utiliza su convulsión como contexto y recurso para hablar del horror inmersivo de la violencia y de la imposibilidad de escapar de ésta. Rodada en su mayor parte en vastos desiertos y carreteras interminables, la aridez vacía de sus escenarios contribuye a hacer de la misma una experiencia asfixiante, una incertidumbre existencial terrorífica que cobra fuerza en especial en la segunda mitad, cuando la obra se centra de pleno en el punto de vista de S. y su incapacidad de discernir qué es real o de rellenar las lagunas de su memoria.
En un punto de la película ya parece un ejercicio fútil tratar de montar una estructura narrativa conexa, porque ésta se ha perdido entre desvíos subjetivos, huecos y sucesos carentes de sentido. Todo cambia de un momento a otro sin transición, un escenario se transforma en otro con un giro de cámara, una acción o conversación se anula en la siguiente escena dejando dudas sobre si ocurrió o no en la realidad, si es una fabulación o un recuerdo. El objetivo de Sidi-Boumédiène parece ser perdernos y hacernos percibir esa misma disociación con los eventos que siente en particular uno de los protagonistas, y utiliza para ello todo tipo de recursos para cargarse la linealidad, comenzando con la propia motivación y origen del viaje, que no tarda en ponerse en cuestión a través de sus actitudes.
De este modo, el filme muta en una estructura críptica que abandona muy pronto lo que parecía ser un propósito narrativo claro, y que en el camino pierde al espectador en una paranoia pesadillesca que en último término remite y muestra en toda su fuerza la crueldad de la que los protagonistas parecen huir durante toda la cinta. Y en este sentido tenemos una sucesión de secuencias impactantes a lo largo de todo el film, con litros de sangre, miembros amputados, muertes horribles y hasta canibalismo en un recorrido tan grotesco como confuso y onírico. Es aquí donde Abou Leila parece estar construyendo su postura ideológica, en la que la visión exhaustiva de los hechos y los bandos políticos y militares se abandonan en favor de una visión de la Argelia de los 90 desoladora, como un país engullido por completo por la muerte y la guerra, de las que no hay escapatoria ni alternativa. Una metáfora que ofrece múltiples vías e interpretaciones, pero que en último término surge como una reflexión generalizada sobre la violencia y la difícil huida de ésta cuando forma parte ya inherente de sus personajes.
Al final, de todo este viaje queda lo básico, es decir, lo emocional. La amistad, las ganas de huir, el terror, la incertidumbre, la búsqueda de una liberación, sea cual sea. No importa demasiado qué ocurre, porque lo que ocurre es irreal y confuso, ni qué está sucediendo de fondo, porque el conflicto se trata de manera vaga. Pero sí la empatía con unas sensaciones que calan en el espectador, adentrándole en una dimensión plenamente subjetiva de los acontecimientos. Y en este sentido Abou Leila surge como un proyecto ambicioso e inusual, un debut más que notable que se aleja diametralmente de las tendencias usuales al revisar en el cine los momentos y circunstancias históricos, y que en último término se abandona a un lirismo surrealista que sumerge en un horror más subconsciente, errático y eficaz.