Después de ser presentada en sociedad a la corte de Enrique II, una joven bella, inocente y cautivadora consigue la fascinación de muchos caballeros, hasta que contrae matrimonio con el príncipe de Cléves. Pero el paso de dama de la corte a princesa, no consigue cambiar su atracción por el apuesto duque de Nemours. Un hecho que la joven, por su sinceridad, es incapaz de ocultar más tiempo. Una pasión que provoca el declive vital del príncipe.
El argumento de La princesa de Cléves —también conocida como La princesa de Cleveris— es el de una novela escrita en el siglo XVII, bien adaptada al mundo contemporáneo, tres siglos y medio después. Una depuración esencial del texto, realizada con talento y convicción por el cineasta Christophe Honoré. La decisión moderna del coguionista es la de trasladar las acciones del palacio a un Liceo. Aquí Junie actúa como la prima de Matthias, prácticamente un líder en su clase. Los compañeros se rinden a los serenos encantos de la chica. Hasta que Otto, tímido y enamorado del todo de Junie, consigue ser su novio. Entonces aparecerá Nemours, el maestro de italiano de la institución. También un seductor nato que desvía la pasión de la joven.
En 2008 —el año de producción del film— Honoré no era un director recién llegado. Tenía cuatro largometrajes y un telefilm estrenados, además de varios guiones para trabajos ajenos. En La belle personne, su quinto largo, entrega un ejercicio académico en el sentido más respetuoso y elogiable del término. Porque la película resulta ser una obra de factura irreprochable en sus apartados técnicos y artísticos.
Desde el inicio, con la maestra que abre las puertas del liceo como el telón de un escenario. El marco del portal acota la entrada de los alumnos, mientras la cámara se centra en media docena de ellos, personajes que serán protagonistas, o colegas de estos, en la historia que se narra. Las escenas amplían su radio de acción a otros escenarios como una cafetería colindante regentada por una carismática camarera, o la fachada del edificio de Matthias, lugar en el que suceden varios acontecimientos importantes. Aunque el grueso del metraje se desarrolla en el aula, el patio y otras dependencias de la escuela. Honoré organiza una puesta en escena definida por la arquitectura del espacio, depurando las panorámicas que relacionan a los personajes, muestran sus deseos y dinamizan sus acciones. Añade tensión mediante la observación o vigilancia de unos por otros. Utiliza la mirada de los intérpretes con maestría, acariciando los pensamientos, congojas y alegrías que se vislumbran en sus retinas. Recurre a los travellings en espacios más abiertos. Y magnifica la expresividad rotunda de los puntos de vista en picado o escorzos lejanos.
Lo fundamental es que siendo un trabajo de adaptación que respeta con profundidad el texto literario de Madame de la Fayette, en un esfuerzo de abstracción intemporal que no resulta forzado en el clasicismo de acciones y diálogos. A pesar de que algunos personajes usan teléfonos móviles en determinadas secuencias, todos se comunican mediante la palabra escrita. Por cartas comprometedoras, lecturas en alto de textos o diálogos de textura epistolar también. Resulta curioso que un flashback sobre la infidelidad entre unos maestros, se convierta en una narración visual con aspecto de súper 8, en boca de Otto.
En este juego de reflejos del mundo anterior a la Ilustración, en los espejos del siglo XXI, el director demuestra una capacidad de progresión dramática, mediante dos interludios musicales que separan los actos fundamentales del guión. Por una parte está el tema romántico Elle était si Jolie que resuena desde la gramola de la cafetería. Así se ambienta una secuencia sinuosa que sostiene los ojos de Léa Seydoux mientras observa a los demás clientes y empleados del local. Complementaria con el largo paseo de Otto hacia un final incierto, al tiempo que musita las bellas estrofas de la desoladora Comme la pluie.
Honoré demuestra una integridad plena en su traslación de la novela, sin juzgar a los personajes. Embriagado por la hermosura, palidez y expresividad de todos estos jóvenes que parecen levitar en un mundo eterno de romanticismo, lealtad y duelos amorosos. Arropado por la complicidad de actores habituales en su filmografía como Louis Garrel o la fugaz Chiara Mastroianni. Sin dejar cabos sueltos en las relaciones de todos los que deambulan por la pantalla. Logrando el retrato de una mujer protagonista que demuestra fuerza sin arrollar, pasión sin artificialidad. La más bella de las personas.