La adolescencia y el duelo tienen mucho más en común de lo que podría parecer ‹a priori›. Ambas son fases temporales que acaban por superarse, aunque dejen secuelas para toda la vida. Son momentos que nos hablan de la pérdida, ya sea de la infancia o de un ser querido; es la realización máxima del paso del tiempo, de días que ya no volverán.
Quizás consciente de estos paralelismos, el jovencísimo director argentino Mateo Bendesky plantea en Los miembros de la familia una película paréntesis, una ‹road movie› sin trayecto en la que dos adolescentes tratan de superar emocionalmente la pérdida de su madre. El film, presentado en la sección Panorama de la Berlinale, es la ópera prima de su director, un drama áspero y sutil con toques de humor seco que contrastan con la humedad lánguida de su escenario, una ciudad costera lejos de Buenos Aires.
Lucas y Gilda, los hermanos protagonistas, tienen entre ellos esa relación entre incómoda y cercana de familiares que llevan tiempo sin compartir intimidades. Sus personalidades están construidas mediante sus intereses: Lucas se inclina por el deporte individual, el fitness y el Jiu-jitsu, actividades que encajan con un carácter combativo, concentrado, parco en palabras. Gilda, por su parte, se acerca más al lado místico: tarot, terapias naturales, autoayuda y la búsqueda de la causalidad en hechos aleatorios.
Bendesky muestra dotes de gran guionista al centrarse en el “después de” los hechos, permitiendo al espectador sumergirse con interés en la historia del pasado, sin revelar nunca más de lo necesario. La estructura del film, sencilla en apariencia, se organiza con algunos elementos de repetición (los sueños de Lucas, la tendencia a ir hacia la playa) que dotan al mismo de una fuerte personalidad. El paraje semidesierto, húmedo y frío de la ciudad costera argentina ayudan a que los momentos oníricos, prácticamente surrealistas, queden perfectamente integrados. Asimismo, el poder simbólico de algunos elementos (el tarot, los sueños, el mar como destino final pero también como vía de escape, la mano-prótesis de la madre…) permiten que el film vaya más allá de su tema de partida y resulte memorable por momentos. En ese sentido, se trata de un film que huye de la superficialidad de cierto cine de autor y de la impostada seriedad de los dramas comerciales.
También sorprende la naturalidad con la que Bendesky discute temas complejos como el suicidio, las drogas, el uso de la tecnología o la homosexualidad, aspectos que lejos de forzarse le sirven al director para dotar de profundidad a sus personajes. Sin duda, ello es posible gracias al buen hacer de sus protagonistas, un Tomás Wicz que va creciendo desde lo casi inexpresivo y una excelente Laila Maltz, cuyo talento ya quedó apuntado en otro drama familiar como Familia sumergida.
Los miembros de la familia es una ópera prima y, como suele pasar, se trata de una película tremendamente trabajada, un drama con toques de humor seco que, pese a ser una propuesta pequeña y humilde, tiene esas capas de trabajo y pasión muy características de las primeras películas.