El cine épico asiático vive un momento de auge, contradiciendo esa fama de narrativa lenta y poca acción que suele pesar sobre los cineastas orientales. Tras la buena acogida de películas como Sacrifice de Cheng Kaige o la saga Red Cliff de John Woo, el director coreano Kim Han-min nos propone en Guerra de Flechas un más que interesante film de acción cuyo ritmo trepidante nos mantendrá enganchados durante dos horas.
Resulta muy interesante. Kim Han-min ha cogido un género típicamente chino como es el cine ‹wuxia› y le ha dado completamente la vuelta. Tanto que usa a su caballero errante, Nam Yi (Hae-Il Park), contra la propia China. Ambientada en la segunda invasión de los manchúes a Corea, Nam Yi, huérfano desde que era un niño, tendrá que defender el honor de su familia y tratar de salvar el lugar que ha aprendido a considerar su hogar y donde ha adquirido una gran habilidad arquera tras tener que exiliarse.
La estructura, simple, conocida, de película típicamente épica no resulta sorprendente. Pero el enfoque sí que puede resultar más sorprendente. Toda la cinta es un círculo, realizado mediante dos persecuciones. Primero será Nam Yi quien vaya tras los manchúes para salvar a su hermana. Y después tendrá que huir de ellos y garantizar su seguridad. La acción, a veces, se vale de la astucia para ganar intensidad.
Precisamente intensidad es lo que no le falta a esta película, que una vez pasado ese comienzo introductorio, no baja el ritmo en ningún momento. Apenas hay tiempo para las tramas secundarias, que las hay. Como buen film ‹wuxia› y compartiendo la filosofía oriental, los diálogos, efectivos, dejarán espacio para la reflexión y la meditación. La historia paralela que se desarrollará entre la hermana de Nam Yi, Ja-in (Chae Won-moon) y su joven pretendiente Seo-Gun (Kim Mu-yeol) también es interesante, pues dentro de la épica consigue apartar la trama romántica de nuestro protagonista, haciendo que se concentre, simplemente, en su destreza con el arco.
La elección de este arma en concreto también resulta fascinante. A diferencia de otras historias y largometrajes, como las de Robin Hood, donde el arco es, por decirlo así, el arma de la anti acción (Todo es calculo, precisión y poco movimiento), en este caso es todo lo contrario, no hay prácticamente tiempo para asegurar un buen tiro. La persecución por los bosques y los acantilados, la necesidad de huir, la velocidad de la acción hacen que las peleas de flechas, no exentas de estrategia, cobren dinamismo e impacto, que los arcos pasen a convertirse en armas de primera línea.
Aunque, sin duda, lo más espectacular del film es su impacto visual. La cuidada fotografía, el paisaje, que resulta espectacular. Las zonas boscosas y escarpadas juegan un rol que, además de convertir en muy vistoso todo el film, tiene un impacto claro en el guión. El vestuario también está muy logrado, siendo de una belleza extrema toda la sección de imagen.
Bien es cierto que, entre los fallos más destacables, podemos hablar sobre todo de una banda sonora que no acompaña en ningún momento al resto de la película, una lástima porque un buen acompañamiento sonoro habría subido los enteros de la cinta. Además, las trazas épicas quedan, a veces, aprisionadas por los intentos del guión de aligerar un poco toda la tensión y darle a esta cinta guiños humorísticos, unos intentos que en muchos casos resultan baladíes. Por lo demás, un film muy recomendable que consigue que el cine oriental de acción sume y siga subiendo enteros.