Presentada en el festival de San Sebastián entre la enorme presencia de un pueblo, el paraguayo, que hasta ahora no había podido celebrar como propia una fiesta, la del cine, que solo había encontrado lugar en el ámbito más internacional en cintas como La hamaca paraguaya, 7 cajas debe ser precisamente entendida como eso: la celebración de un país que llega al panorama de la mano de Juan Carlos Maneglia y Tana Schembori, ambos debutantes en 2004 con Candida. Ahora, regresan con un guión basado en una idea del primero que nos deja en mitad del Mercado 4 de Asunción, un ambiente hostil donde los llamados carretilleros deben procurarse clientes siendo más rápidos que sus compañeros y en el que nos encontramos con Victor, un muchacho al que su devoción por la tecnología llevará a querer obtener un móvil de última generación en mitad de un universo donde la competencia desleal puede llegar a extremos verdaderamente alarmantes. Para ello, Victor accederá a realizar un trabajo transportando siete cajas, labor en realidad encomendada a uno de sus compañeros, a cambio de cien dólares cuya otra mitad recibirá una vez terminada la faena.
Maneglia y Schembori demuestran un manejo del medio sorprendente, en especial si tenemos en cuenta que 7 cajas sale de un país donde la producción cinematográfica hasta el momento era prácticamente inexistente. Con un estilo que bebe directamente del cine de Danny Boyle, el drama queda engullido por las virtudes de un montaje y una dirección donde abundan todo tipo de recursos estéticos y narrativos que principalmente dotan de un ritmo enérgico a una de esas cintas cuya principal vocación está en componer una suerte de thriller con algo de discursivo en uno de esos marcos que precisamente dan pie a mantener una extraña interacción entre elementos que no resultan tan cercanos como se podría comprender.
De ese discurso, que en ocasiones peca de obvio, se puede rescatar un dócil fondo que, si bien en la práctica no funciona como debería, demuestra esa proclive inclinación del cine latinoamericano por dar un paso más aunque en realidad solo estemos asistiendo a un pasatiempos que sabe mostrarse tan eficaz como incluso ocurrente en mitad de un marco y una premisa en la cual tanto el Mercado 4 como la llamada Madre de Ciudades, Asunción, obtienen un reflejo que se antoja en cierto modo acertado y en todo momento acorde con lo que supone un film de las características de 7 cajas.
Puede que en la nueva aportación de Schémbori y Maneglia a un panorama que requería de algo como 7 cajas se deduzca en más de una ocasión el trazo grueso de sus creadores y hasta fallos de un guión en ocasiones sacrificado para poder dotar de continuidad al relato, pero aludiendo a las virtudes centrales de una película como la paraguaya todo ello no son más que simples deslices que se pasan por alto para disfrutar de un cine cuya máxima no se comprende precisamente poniendo en duda las particularidades de un libreto que no es lo realmente importante aquí.
Con la acertada elección de un dúo protagonista que cumple con creces, quizá si resulte más dudosa la de algún secundario (como ese jefe mafioso con gafas de culo de botella, dentadura que bien podría ser postiza y media cabeza rapada para la ocasión) que dota de ligereza e incluso tintes cómicos (involuntarios, en cierto modo, aunque con alguna que otra secuencia bien urdida para dar pie a ello) que no le vienen nada mal a la película.
7 cajas, pues, compone uno de esos entretenimientos de la temporada que, además de estar bien facturado y poseer las cualidades necesarias como para funcionar, supone ante todo el festejo de un país que no había visto en un escalafón tan alto una cinematografía que tal vez gracias a este trabajo despegue definitivamente y se atreva a inmiscuirse cada vez en temas más diversos que nos den la posibilidad de sumergirnos en otro universo, el del pueblo paraguayo, que bien merece tener su representación en la gran pantalla.
Larga vida a la nueva carne.