De la asociación formada por Sean Durkin, Antonio Campos y el productor Josh Mond, en la que siempre han estado presentes las causas y consecuencias de una alienación adolescente que tomaba en Martha Marcy May Marlene tintes de lo más inquietantes, llega ahora una Simon Killer que supone el segundo trabajo en el terreno del largo de Antonio Campos, quien debutara sorprendiendo a propios y extraños en 2008 con Afterschool, y que recupera aquí al que se podría decir ha sido uno de los actores insignia de esta asociación, un Brady Corbet que ya protagonizara la más desconocida de sus cintas, Two Gates of Sleep, y que también estuvo en la citada ópera prima de Sean Durkin.
De este modo, Campos y Corbet (que firma el guión junto al cineasta) retoman temas que ya se comprendían en los primeros pasos de esta Borderline Films, en cuyo primer mediometraje (también firmado por Campos), llamado Buy it Now donde una adolescente vendía su virginidad por eBay, parecían estar las raíces que han ido dejando por el camino muestras de indudable talento.
Simon Killer nos pone en esta ocasión en la piel de un estudiante recién graduado que decide visitar París tras la ruptura con su novia para así alejarse de todo lo que ha supuesto esa ruptura al mismo tiempo que intenta perder de vista una realidad que ha dejado atrás. Ese viaje no parece surtir efecto en Simon, quien continúa enviando correos a su ex-novia y no encuentra en la capital francesa una estabilidad que se oculta entre escarceos sexuales de toda índole (desde webcams porno, hasta una perturbadora relación que establecerá) que le llevarán a un confuso viaje en el que no existen los términos medios.
Para introducirnos en ese viaje, Campos alude a recursos que escenifican a la perfección ese periplo en sus primeros minutos, donde la irrupción de un rojo profundo que tiñe la pantalla y muta hasta derivar en un molesto e intenso parpadeo (imagen que se repetirá a lo largo del film), define esa dislocación de la realidad que parece proceder de la estancia en una ciudad que verdaderamente no es el foco de los problemas de Simon, y da paso a la primera imagen del protagonista donde un ‹zoom out› procede a aislar una figura que, desde ese mismo instante, tomará desconcertantes caminos que le llevarán a una disrupción donde esa partícula del título que alude a un asesino cobrará, en cierto modo, algo de sentido.
Todo empieza cuando el protagonista se asienta en la casa de una prostituta con la que entabla relación tras otro de los extraños episodios que van salpicando casi sin que nos percatemos el recorrido de Simon en París. Esos encontronazos, desde el primero tras pedirle fuego a dos muchachas francesas, hasta el de la estación, aluden a un brote psicopático que se va desarrollando con la incerteza de no saber hasta donde llegarán las consecuencias de algunas acciones perpetradas por Simon, y que encuentra evolución a la sombra de un personaje cuyo objetivo nunca termina de atisbarse con exactitud.
Resulta revelador, de hecho, que el desconcierto que parece vivir ese personaje se traslade a la perspectiva de un espectador que al final no sabe qué es real y qué ficticio ante esa dúctil personalidad que parece vivir de la mentira pero en el fondo se nutre de la realidad a través de un perturbador modo de moverse y relacionarse.
Ello queda reforzado por una realización visual donde el sonido cobra especial importancia y Campos atina al no construir este extraño thriller psicológico desde las entrañas de una propia ciudad que, como había señalado, no son en realidad el verdadero protagonista que parecen en el primer fotograma de Simon Killer. No obstante, el manejo de espacios e iluminación se amoldan perfectamente a la mirada del neoyorquino resultando fundamentales en la construcción de espacios que, pese a conocer, hacen hincapié en la incertidumbre que vive tanto el propio Simon como el espectador. Incertidumbre que, reforzada por unos últimos minutos donde la implosión de una existencia quebradiza dotará del (sin)sentido necesario a uno de esos potentes títulos que encuentra en Simon Killer los alicientes necesarios como para continuar siguiendo de cerca la sombra de estos creadores que a través de Campos, Corbet y Durkin parecen haber encontrado un oasis en ese desierto que parecía el cine independiente actual.
Larga vida a la nueva carne.