Quizás no sea el espectador más indicado para hablar de esta nueva película de Gracia Querejeta, considerando lo poco que suele atraerme su cine. En cualquier caso, el jarro de agua fría que me ha supuesto 15 años y un día es incluso mayor del que podía esperar. Hasta el momento, sólo había sentido algo cercano al entusiasmo con su opera prima, El último viaje de Robert Rylands, pero también en cintas como Héctor y Siete mesas de billar francés había elementos interesantes y la sensibilidad peculiar de la directora a la hora de hablar de la familia y de las relaciones humanas deparaba momentos de buen y sentido cine. En 15 años y un día la emoción brilla por su ausencia. No me considero ni mucho menos un espectador hermético a este tipo de narraciones intimistas, pero confieso haberme quedado fuera de la crónica de la adolescencia que ofrece aquí la directora, incapaz de implicarme emocionalmente con sus (a veces desdibujados) personajes.
No sé si el hecho de escribirla sin sus partenaires habituales (Elías Querejeta primero, David Planell después) tiene algo que ver, pero el guión que firma en colaboración con Santos Mercero está lastrado por problemas de enfoque de difícil solución. Aunque el punto de partida tiene interés (un adolescente problemático es enviado a vivir con su abuelo, un estricto ex-militar), el desarrollo es errático y tibio, perdiéndose en subtramas de poco fuste (la relativa a Belén López), diálogos poco memorables y resoluciones narrativas que a ratos caen por la pendiente de un sentimentalismo fácil y postizo. En medio, una situación dramática en ‹off› velada por un suspense algo ingenuo, pues no cuesta demasiado imaginar qué sucedió exactamente en ese momento hurtado a la cámara.
Será, precisamente, tal hecho el que vertebrará la reflexión de Querejeta sobre el miedo: el del adolescente a la hora de afrontar la vida y el de los padres a la hora de dejar que los hijos la afronten a su manera, aunque sea equivocándose. El problema, a mi juicio, es lo poco que engancha la narración tanto antes como después de este acontecimiento clave, y la forma tan poco estimulante en que lo aborda y resuelve, sin sorpresas ni rasguños, simplemente conformándose con el retrato de una juventud asomada por primera vez a las consecuencias de sus propios actos. Retrato, dicho sea de paso, realizado con escasa pericia, recurriendo a personajes adolescentes secundarios de poca enjundia.
Sí voy a rescatar, sin embargo, las gotas de humor que intercala en el transcurso del relato. Confieso que, en líneas generales, no es un sentido del humor con el que conecte demasiado, pero ayuda a oxigenar la carga dramática de una historia que podía haber caído fácilmente en lo grave y pretencioso, algo que Querejeta evita postulándose como cronista amable y cálida de cuitas inter-generaciones y demás confrontaciones entre la esfera de los adultos y la de los jóvenes.
A destacar, también, el carisma de su joven protagonista, Aron Piper (una suerte de Bunbury en miniatura) y del resto adulto del elenco, así como algún diálogo aislado donde la frontalidad e inteligencia de la Gracia Querejeta escritora salen a flote milagrosamente, caso de la estupenda conversación que mantiene Tito Valverde con su esposa, a la que abandonó hace unos años. Lástima que esta valentía e inteligencia (presente en mayores dosis en las películas previas de la directora) no se extiendan al resto del guión, mal orquestado, carente de fuerza y plasmado en pantalla sin excesivo acierto o personalidad.