Unos 800 kilómetros separan Kiev de Crimea. Una distancia agotadora para realizar en coche y fulminante cuando se trata de devolver un cadáver a su ciudad de origen. Podría parecer algo prácticamente burocrático, o una simple cuestión de dinero la facilidad para transportar a un fallecido en un mismo país, salvo cuando sabemos que Crimea lleva años bajo el secuestro —consideración internacional— de las fuerzas armadas rusas. Y el muerto se encuentra en esa situación por otra guerra latente que divide esos espacios.
La libertad que a Ucrania le sigue resultando demasiadas veces ajena es el contexto en el que Nariman Aliev construye su primer drama. Homeward fuera de esta situación sería una ‹road movie› que intenta reconstruir los lazos de una familia rota por el tiempo, pero el director alimenta las circunstancias de los tres hombres que se encierran en un mismo coche (uno dentro del ataúd) a través del mundo que han conocido. Partimos de la desnudez de un prematuro duelo por un hijo muerto en la guerra, que obliga a su padre y a su hermano a trasladar las pompas fúnebres hasta Crimea. Solo en unos pocos minutos ya nos sentimos cómplices de las dificultades a las que se van a enfrentar para llegar allí.
Al tiempo que se nos desvela la distancia emocional que presentan padre e hijo, vamos comprendiendo mejor la compleja situación que les toca vivir. Hablamos de descendientes de tártaros de Crimea, unos extraños en su propio mundo que tuvieron dos posibilidades, olvidar su tierra deseada y avanzar entre las nuevas oportunidades que se les presentaba o luchar por un regreso que les cueste el olvido de los demás. Mustafa, el padre de los jóvenes, está convencido de llevar a como dé lugar el cuerpo del mayor a Crimea, para ser enterrado en ese lugar que tantos años le fue negado y llevar allí el luto musulmán que exponen las escrituras. Pero el empeño de un hombre depende de la voluntad de aquellos que le rodean por mucho que uno haya sobrevivido en el individualismo.
Condenados a encontrar una vía de entendimiento, el padre y el hijo menor sobreviven a los obstáculos que se les presentan, de modo que van comprendiendo poco a poco al hombre con el que comparten coche. Parcos en palabras y ajenos a todo sentimiento, Homeward es fría y distante, más que intentar involucrar al espectador en este conflicto personal, lo que quiere es exponerlo para detallar el fondo que les define como víctimas de una guerra sin fundamento. Poco a poco el padre va aferrándose a una posición redentora frente a su anacrónica forma de entender el mundo tras llevarse por delante a todo aquel que ha pensado de un modo distinto a él, mientras que el hijo, en vez de encontrar el reproche como un modo de autodefensa, va mutando su sensibilidad hacia la comprensión de los misterios de un padre casi desconocido. Aunque la intención sea unir lazos y llevar el drama a los límites —siempre salvando las distancias marcadas por el propio ritmo del film—, parece querer gritar al viento que el fin de la vida trae consigo el perdón de cualquier error pasado, por muy mezquino que este fuera. En cambio, todo lo que se nos niega para conocer a estos hombres se refuerza con objetos, dando un sentido aclaratorio y cada vez más importante a unas pastillas escondidas en la mochila o a un mechero que simboliza la presencia del muerto en todo momento y que se muestra necesario en todo conflicto que acontece.
La masculinidad más feroz está en todo momento presente —es muy característica la forma en que se tratan a las mujeres y el servilismo que presentan ante unos obcecados personajes, como también lo es la forma de entender la defensa personal—, tal vez por ese aire autoimpuesto de guerra que está pero no se ve, y que perfila el sentido de toda la película, por lo que impide en cierto modo abrazar la comprensión completa de sus dos personajes principales. Aún así, dentro de su austeridad y su poco ambiciosa exposición formal, Homeward dice mucho de esa parte de Europa que no consigue definir sus límites, distorsionando por completo la identidad de los habitantes de cada uno de esos pedazos de tierra convertidos en tablero de guerra.
Defender territorios por encima de las vidas de quienes habitan en ellos. Defender cuerpos inertes mutilados por las armas para que puedan descansar eternamente en esos territorios. No mostrar nada de ello más allá de un coche que intenta recorrer unos cientos de kilómetros hasta casa. Todo es uno en Homeward.