Lejos del contexto y conflicto tratado, se expande en el cine de Lou Ye una sensación extraña pero no ajena, transformando lo que supondría un cine aparentemente narrativo, cerrado, en una deriva que por momentos casi muta en constante, como si esa impresión de pérdida se ampliase más allá del propio relato, encontrando en el rostro de sus protagonistas una extensión a través de la que alzarse. Quizá ese sea el motivo que ha devuelto al cineasta chino a un marco como el del conflicto entre la República de China y el Imperio de Japón durante la Segunda Guerra Mundial: un panorama que ya servía como reflejo en, quizá, uno de sus mejores trabajos, Purple Butterfly, y al que retorna ahora con esta Saturday Fiction donde, además, ese desconcierto no se traslada únicamente al contexto, también se acoge a un espacio entre realidad y ficción que se desprende de esa obra en la que participa la protagonista, una actriz recién llegada a una Shanghai ya presa de la ocupación nipona. El juego de espejos que propone Lou Ye en esta ocasión, se dilata pues lejos de la naturaleza de la propuesta: la fuga, el engaño y la traición se deslizan hacia un proceso que también comprende, por tanto, una falsa realidad desde la que acometer sugerentes desvíos que alimenten la visión de un ‹neo-noir› cuya aura ficticia se dirige hacia un tan extraño como certero terreno melancólico.
El cine de espionaje se alza de este modo como forma estructural de un film que, sin embargo, transforma ese caos de alguna manera en el reflejo del rumbo que toman sus personajes centrales: entre el desconcierto y la apariencia, encontrar un subterfugio al que acogerse se antoja inevitable, aunque no deje de ser un mero espejismo en mitad de una maraña de rostros por conocer (y a los que, en parte, ampararse). Esa deriva de la que hablaba, se persona en un aparato narrativo de complejo agarre, donde el tránsito termina por ser una constante a la que aferrarse con tal de no permanecer inmóvil y convertirse así en la presa, ya no del bando enemigo, sino de un lugar no tan comprometido por su carácter desconocido como por la sensación de no haber asideros por más que en él existan separaciones territoriales como (supuesto) seguro. Así, el vaivén de personalidades, de imágenes en las que proyectarse con tal de seguir un camino convincente (que no fiable) se atisba como respuesta emocional a una situación tan compleja como inestable. Más allá de la intención de componer una trama en la que reseguir los preceptos del género y dotar de cierta apariencia al esqueleto central del relato, nos encontramos ante un espejo de la coyuntura personal de esa actriz interpretada por una Gong Li que, si bien a ratos se siente parte de un dispositivo inabarcable, es capaz de transmitir el intimismo adecuado a secuencias que el autor de Suzhou River dibuja con trazo, dotando además de cierta corporeidad a su vena ‹noir›.
Sin embargo, esa tendencia al caos configura un ejercicio cuyas virtudes no van mucho más allá del retrato voluble de un espacio inusual, así como de la proyección de una figura apremiada por las circunstancias. Un hecho aplacado por las vicisitudes genéricas del film, que constituyen un punto de fuga necesario desde el que su inclinación por ese elegante blanco y negro adquiere un nuevo sentido (por encima de su manera de sugerir ese latente espíritu ‹noir›), volcando su naturaleza en un thriller que parece acercarse al ‹hard-boiled› hongkonés, pero que encuentra en el fascinante juego de texturas entablado un mecanismo en el que parapetar su condición: tanto por el modo en que se aleja de su referente con tenacidad gracias a esa plasticidad visual de la que dota Zeng Jian (un ya habitual del cineasta chino) a su fotografía, como por la capacidad que otorga al ejercicio realizado por Lou Ye. Lejos de encontrar un agotamiento que hubiese sido incluso lógico por la (consecuente) deriva tomada en cierto punto, Saturday Fiction halla en esa bifurcación tan particular el artefacto idóneo desde el cual reformular su relato y, al mismo tiempo, devolver el sentido a ese componente meta sobre el que disponer un significado compartido: el de reverberación de una realidad que, en algún momento, terminó por no serlo.
Larga vida a la nueva carne.