El expediente en blanco de un buen ciudadano danés. Neon Heart funciona a modo de triángulo, en el que el amor ni siquiera comparece en imagen como propio. Tres personajes: la casualidad les enlaza vagamente, el pasado les une con fuerza, pero sus historias sobreviven con independencia.
¿Cuál es la percepción de un film cuya carta de presentación es un vídeo casero, donde una joven con aspecto casi infantil hace un casting para cine pornográfico? La provocación. El morbo en todo su esplendor a raíz de un cine que asoma como si fuese un precipicio la limitación en el cine comercial. El punto que separa ficción y realidad. Ese punto.
No sabemos si es un premio al desencanto el último interés de debutantes daneses por buscar cuáles son los límites en su propio cine. Curiosamente en un mismo año, la actriz Victoria Carmen Sonne ha encajado los golpes más lascivos e inquietantes tanto en la película que ahora nos ocupa como en Holiday (Isabella Eklöf, 2018). Ella, de ojos francos y expresión inerte, desnuda su quietud para dar forma al impacto visual, a la crudeza que nos posiciona en el disgusto o la fortaleza más impostada de nuestra vida. Dos películas parejas en el maltrato ocasional de un personaje protagonista que sabe soportar lo que venga sin grandes aspavientos, tal vez reforzando una especie de imagen poderosa de una mujer que despierta, o un simple espectáculo en el que forzar la reacción humana. Pero sin duda es un juego en el que te puedes permitir participar y sentirte el factor dominante de una situación ajena —al menos puedes frenar esa situación dejando de mirar, lo que te crucifica como persona igualmente—, o ser una balsa de aceite y pasar por el film resbalando sin que nunca llegues a formar parte del impacto. Es fácil entrar en esta segunda fase.
Tres eran los personajes, no solo la joven con un pasado que probablemente le resulte sórdido si nos muestran su deseo de borrar las marcas que quedaron impregnadas en la piel —es quizá el momento en el que se refleja su vida en una batería de fotografías cotidianas al tiempo que vive una sesión de fotos eróticas lo más brillante del film: cuanto más feliz se muestra en su pasado, más se deforma su expresión en la actualidad, somatizando, por una vez, el arrepentimiento—. También el drogadicto que comparte su evolución pero no la practica con toda la benevolencia con la que habla de ella. Y el muchacho joven jugueteando con esa supremacía blanca que surge con fuerza en los países más fríos y ricos de Europa.
Todos ellos están marcados por hechos con los que trampear el día a día, hasta que la película de Laurits Flensted-Jensen decide arrastrar su ideario al grito de atención. Porque para normalizar esta historia quiere dar una visión mucho más compleja de la inocencia innata. Ya que parece rota la posibilidad de creer en el prójimo para sus personajes —no es algo que se trate en el film, se sobreentiende por su forma de actuar—, nos introduce en la visión manipuladora del ahora en personas con capacidades especiales, un modo como otro cualquiera de romper con la norma establecida, con el bien y el mal. Parece querer afirmar que la pureza que han perdido sus tres protagonistas le es negada con facilidad a cualquier persona, aunque parezca protegida por la voluntad de los que les rodean.
Pese a todo Neon Heart es más superficial de lo que quiere aparentar. Rozamos un día cualquiera en la vida de tres conocidos, armamos una evolución sobre ellos viendo cómo sobreviven a sus propios demonios —algunos interiorizados, otros con la le levedad por bandera— con la sombra de un pasado que no les deja alcanzar la felicidad. Pero es un único día, una leve responsabilidad con la que marcar una historia complementaria. Aunque juega al impacto, la brutalidad se desvanece fácilmente y nos quedan tres historias que hablan de la naturaleza humana, del error constante, quitando importancia a un posible cierre que realmente unifique el sentido de sus palabras.
Aunque sea casual que me haya cruzado con prácticamente toda la filmografía de Victoria Carmen Sonne, soy capaz de poner en valor la extrañeza de sus personajes, la vitalidad escondida en su mirada y la energía comprimida que parece irradiar su cuerpo. Pero también me pregunto si ya es una constante buscar en el cine danés personajes que el universo está dispuesto a patear con fuerza o una especie de reflejo, exagerado, de lo que una generación acomodada soporta en el anonimato, que da pie a este tipo de cine provocador que nos traen los realizadores más jóvenes del panorama.