Política de balas de fogueo
Conocida es la querencia de los franceses por la función pública. Una estimación basada en los valores de su educación republicana que implica además el hecho de que a mayor adhesión a la institución, mayor debe ser el grado de exigencia y crítica. Es lo que diferencia lo civilizado de la barbarie: el análisis crítico como instrumento de mejora, como muestra de amor por lo criticado.
Por ello no es de extrañar que productos como El ejercicio del poder tengan sentido y funcionen en una sociedad como la francesa, siempre pendiente de desentrañar y analizar los entresijos de sus empleados públicos. Porque he aquí uno de los pilares básicos de la película, el ministro, los cargos políticos son representados y así lo admiten como empleados, como responsables de hacer cumplir aquello por lo que se les ha elegido.
No, esto no es Alicia en el país de las maravillas ni estamos ante un ejercicio de glorificación buenista. Detrás de estos cargos electos (que tampoco son perfectos), están los hombres oscuros, los secretarios, los asesores, esa tropa invisible que maneja los resortes del poder. El ejercicio del poder habla de lo visible pero fundamentalmente muestra los tejemanejes de este ejército de hombres grises encargados del trabajo sucio, de hacer funcionar las cloacas del estado.
Partiendo de un hecho real, un trágico accidente de autobús, el film se desliza poco a poco hacia las interioridades de las luchas de poder dentro del partido gobernante. Un ejercicio que remite a series británicas como Yes, Prime Minister (1986) pero desprovista del humor ácido de aquella y envestida de una seriedad con clara vocación documental. Se confronta una intimidad menguante del ministro protagonista con una dedicación política plena para ilustrar como los efectos de dicha deriva personal dan por resultado la desaparición del idealismo enfrente del cinismo más desbocado. Una visión con pretensión didáctico moralizante que no acaba de cuajar por el intento final de salvar los muebles éticos que manifiesta el director del film Pierre Schoeller y que, dada la temática, resulta algo ingenua.
Esta es una película de pasillos, teléfonos y cámara zigzagueante. Un film que arranca con fuerza pero que se desdibuja progresivamente en su diversificación de elementos y tonos. El foco está demasiado disperso en subtramas a menudo superfluas y en una indecisión entre la fustigación inmisericorde del sistema y un último halo de esperanza en la integridad de sus personajes. Este es en definitiva el punto flaco de El ejercicio del poder, su duda entre asestar un golpe de cinismo al sistema, o de moderar la crítica hacia el terreno del posibilismo y el “es lo que hay”. Al final todo queda en un tierra de nadie salvada casi en exclusiva por sus brillantes interpretaciones (especialmente la de Michel Blanc) aunque no se puede evitar ese poso agridulce de un producto al que le sobra prudencia y solemnidad y le falta mala leche o, dados los tiempos que corren, una buena avalancha de humor negro.