Ha terminado el año, ha terminado la etapa de premios, se ha finiquitado todo debate sobre quién tiene razón y nosotros nos decidimos por presentar nuestra lista maldita entre las malditas, porque este 2019 fue un año lleno de sorpresas y decepciones como siempre, pero nos ha dejado un buen puñado de películas para el recuerdo. Ha sido compleja la lista, han quedado títulos que parecen imprescindibles entre los nuestros, pero estamos encantados con el variopinto resultado obtenido. Os dejamos un año más con la lista de lo mejor (entre lo maldito) del 2019.
10 — Los hermanos Sisters (I) (Jacques Audiard)
Si algo se puede decir de una película como The Sisters Brothers es que no es lo que uno se espera. Pese a tener la apariencia de comedia ligera, de western simpático —y durante muchos momentos parece serlo— su metraje esconde una enorme carga de profundidad y una inusitada capacidad de su director francés para analizar las raíces que formaron lo que es hoy Estados Unidos.
El western y Jacques Audiard unen sus caminos por el único punto en el que podían: la violencia. Ya en cintas como Dheepan, De battre mon coeur s’est arrêté o Un prophète el realizador francés mostraba personajes de bajos fondos, con pocos escrúpulos o dilemas morales, y en The Sisters Brothers encuentra un caldo de cultivo perfecto. Técnicamente asombrosa, el western de Audiard cuenta con las magníficas actuaciones de su cuarteto protagonista, que ayudan a mantener ese tono de aparente trivialidad mientras obliga a reflexionar sobre la ambición humana, la amistad, la libertad o la familia. [Iván Correyero]
9 — Ad Astra (I) (James Gray)
Ad Astra, relectura personalísima y subyugante de El corazón de las tinieblas (como en su momento lo fuera Apocalypse Now: ambas, curiosamente, dos de las adaptaciones literarias más fieles en espíritu al texto original que soy capaz de recordar, pese a su naturaleza irónicamente apócrifa), reafirma, por una parte, a James Gray como autor profundamente fiel a sí mismo y a los temas que le han obsesionado siempre (tenemos de nuevo complejos vínculos familiares marcados por el conflicto entre la lealtad a la sangre y el cumplimiento del deber profesional, motivo recurrente en su cine desde su ópera prima, Little Odessa), a un tiempo que supone una vuelta de tuerca intimista a un género nuevo para él, la ciencia-ficción, que pisa con la misma fragilidad emocional con la que indagó en el cine de aventuras en su trabajo previo, la excepcional Z. La ciudad perdida, odisea que, como la que aquí nos ocupa, se abismaba en lo desconocido al tiempo que perfilaba una relación paternofilial llena de claroscuros y emociones reprimidas, turbulentas y finalmente conmovedoras. En el fondo, este fascinante viaje a las estrellas es eso, una mirada (perpleja, alucinada, temerosa) a las profundidades del corazón humano, que su autor articula en forma de metafórica aventura espacial sita en los dominios ilimitados del cosmos. Obra maestra, sin más. [Nacho Villalba]
8 — En los 90 (I) (Jonah Hill)
Es posible que parte de la fascinación que siento hacia una película como En los 90 tenga su origen en su enfoque melancólico. En la nostalgia que brota de observar imágenes cercanas, pero a la vez ya muy lejanas en mi memoria. A la reconstrucción de escenas y aromas que están estrechamente vinculados con mi adolescencia. Con mis recuerdos de instituto. Con esas tardes de libertad que se disfrutaban a bordo de esos monopatines que surgieron como un resorte de independencia y rebeldía adornados por la música grunge y el hip hop arribados desde los Estados Unidos. Y es que la recreación de esa época está muy lograda por parte de un Hill que parece sabe muy bien que está contando.
Pero no es menos cierto que si eliminamos su componente remember the time, la película de Jonah Hill funciona igualmente como un divertido y muy realista fresco que radiografía con mucho acierto una época ya extinguida, y por algunos añorada. Merced a una puesta en escena siempre ágil, móvil, lo que nos permite surfear a bordo de los skates que riegan de espíritu romántico las profundidades del film, sumergiéndonos en la vida de ese pequeño adolescente que observa como el mundo cambia alrededor de su maltrecha familia. Pues ésta es otra de esas magníficas estampas que reflejan sin sentimentalismo, pero sí como mucha emoción, el alumbrar de la vida, o como se suele decir, el paso de la adolescencia a la vida adulta. Algo que podría considerarse como muy trillado en la crónica cinematográfica, pero que gracias a los íntimos arbitrios de Hill, y a su peculiar estilo, logran construir una cinta entrañable que combina a la perfección esa estética revival con un cariñoso y encantador relato de iniciación y descubrimiento que araña el corazón. [Rubén Redondo]
7 — Mutafukaz (I, II) (Shoujirou Nishimi, Guillaume Renard)
Adaptando un cómic francés, Mutafukaz entra en un mundo sumamente violento y marginal y se regodea en éste con un desparpajo asombroso. A ritmo de hip hop y reggaetón, su historia se mueve por derroteros conspiranoicos sin perder esa energía juvenil que caracteriza a la propuesta. Y aunque por esto mismo puede que sepa a poco o que resulte difícil entrar en esta película, hay que reconocerle que maneja sus tonos sin problema, que se maneja perfectamente en el efectismo puro de su crudeza y que ofrece una estética tosca, de ambientación suburbana, que resulta muy atractiva.
No estamos frente a una obra maestra de la animación, pero sí frente a una obra de animación con identidad, que en su presentación brusca, sus excesos de violencia y su acción constante ofrece sin duda un entretenimiento de calidad, con un trabajo de animación excelente y un ritmo que no se permite decaer, de modo que al final de la cinta no quede un impacto potente ni duradero, pero sí la sensación de haberlo pasado en grande con algo que, en su modestia de propósitos y en su simpleza de mecanismos, está genuinamente bien hecho. [Javier Abarca]
6 — El peral salvaje (I, II) (Nuri Bilge Ceylan)
El número de secuencias que usa el cineasta turco en su estreno más reciente resulta imponente por la escasez —quizás una veintena— frente a la magnitud de un metraje que supera las tres horas. Es decir, que el ratio resultante alcanza más de diez minutos por escena, como capítulos de una novela que se impone mediante largos planos secuencia, en inicio de costumbrismo cotidiano, drama o comedia, pero que durante su desarrollo presentan nuevos matices y alzan el vuelo hasta la poesía o una magia que oscila entre la fantasía y la ensoñación. Y toda esa transformación sin apartar la mirada, con el tempo medido de la contemplación antes que del arrebato.
Parece injusto aunque sea lógico racionalizar por fórmulas matemáticas los encuentros del joven y arrogante Sinan, un aprendiz de escritor inconformista, con una existencia marcada por la deriva vital de un padre que logra metáforas de amor tratando de llenar un pozo seco. Conversaciones a dos, tres y cuatro bandas con el protagonista que aparece siempre junto a sus interlocutores, a merced del viento que no es capaz de derribar un peral salvaje, aunque sí pueda conseguir madurarlo. [Pablo Vázquez Pérez]
5 — Lo que arde (I, II) (Oliver Laxe)
En la todavía incipiente filmografía de Oliver Laxe, una audaz mezcla genérica atraviesa unas imágenes que mutan casi sin que nos demos cuenta de ello. En Mimosas, su anterior trabajo, un drama de tintes etnográficos acaba convirtiéndose en puro cine de aventuras en plena cordillera del Atlas marroquí. En O que Arde, su nuevo film, unas máquinas que penetran en la tranquilidad de la noche, trinchan un bosque bajo luces espectrales lanzando la película hacia el territorio del terror. La mezcla genérica fluye aquí de una forma orgánica, sin subrayados, como si el traspaso entre géneros se hiciera a través de una puerta cubierta tan solo con un fino velo transparente. Con una excepción: si la secuencia inicial parece romper esa idea es porque será el germen, la que va a “contaminar” el resto de imágenes de un film a medio caballo entre lo documental y el drama rural. Laxe (y Mauro Herce en la fotografía) filma(n) esas máquinas como entes sin forma, en una pesadilla de luces y sombras que martillean el subconsciente. Y serán esas imágenes la que nos acompañaran, de forma indeleble, en el descenso a los infiernos de un pirómano de regreso al hogar donde lo espera una madre sufridora y silenciosamente entregada en esa Galicia rural tan atávica como encabezonada al suicidio. Tras las llamas, solo quedaran los bosques de eucaliptus, elementos tan ajenos e invasores como las máquinas que vienen a violar la paz nocturna del bosque gallego, cambiando un paisaje por otro sin que reparemos demasiado hasta que quizás sea demasiado tarde para ello. [Dani Jiménez]
4 — Parásitos (I) (Bong Joon-ho)
El hombre es un lobo para el hombre. ¿O quizás más bien es un parásito? No hay duda que el último film de Bong Joon-ho es un catálogo, una parábola y un muestrario de la evolución liquida de la clásica lucha de clases marxista con la virtud, además, de que aún teniendo un registro localista su mensaje es claramente exportable a nivel universal.
Es quizás por ello que, aún sin resultar sorpresiva para los conocedores de la cinematografía coreana en general (y del director en particular), su triunfo global ha residido en su capacidad de reflejar un estado de cosas fácilmente reconocible en cualquier sociedad capitalista.
Y es que el dibujo retratado, a base de humor negro, suspense y una mala leche más que considerable, no deja títere con cabeza: trazando un arco variable donde nadie es lo que parece de entrada y donde la capacidad de miseria humana —¿o acaso será supervivencia?— no parece tener un fondo moral que tocar.
Sí, todos somos parásitos de alguien, la clase obrera ya no va al paraíso, tanto por su degradación ideológica como por el hecho tan real como aplastante de que ese edén solo está poblado por seres tan miserables como ellos. [Àlex P. Lascort]
3 — Retrato de una mujer en llamas (I, II, III) (Céline Sciamma)
Deseo, mirada y arte confluyen en el relato de Portrait de la jeune fille en feu desde la ambigüedad, la sutileza y las tensiones subyacentes a las relaciones amorosas. También está presente discursivamente la mediatización de una atracción en un contexto social e histórico que obliga a su invisibilización, que lleva a sus protagonistas a ocultarse para explorar sentimientos que sólo pueden expresarse furtivamente, entre sonrisas e intimidades disimuladas. Desde la perspectiva de Céline Sciamma las pasiones se subliman a través del retrato que da nombre a la película, por los códigos secretos entre los amantes construidos sobre una composición musical o un libro y las experiencias compartidas. El amor en sí mismo es la recompensa por muy fugaz que sea. El cuadro que pinta el personaje de Noémie Merlant experimenta una transformación constante desde la propia inquietud y el reconocimiento de la imposibilidad de capturar en un lienzo lo que nuestro propio punto de vista proyecta en el ser amado. Un objeto de deseo, la modelo de su encargo (Adèle Haenel), que subvierte de esta forma los papeles y se pone al mismo nivel por la reciprocidad del anhelo que se despierta entre la artista y su huidiza creación. [Ramón Rey]
2 — Historia de un matrimonio (I) (Noah Baumbach)
Netflix sabe perfectamente que, por sus características caseras, no puede competir con la espectacularidad de la pantalla grande de las salas de cine, en donde rompen taquillas las superproducciones hollywoodenses. Sin embargo, esa limitación la ha sabido convertir en oportunidad y, por ello, su apuesta se ha centrado en crear filmes con elaborados guiones y de calidad artística. Un ejemplo de ello es Historia de un matrimonio.
Esta película, que recuerda en algo a la oscarizada producción Kramer vs Kramer, muestra la devastación emocional que enfrenta una pareja cuando su matrimonio se destruye. Su argumento se nutre de varios momentos comunes o cotidianos de los protagonistas en donde los pensamientos se inundan de culpabilidad, odio, venganza, aunque también de cierta esperanza de reconciliación que no es más que un estado de catarsis que intenta aliviar o retrasas el doloroso final de una relación amorosa.
Scarlett Johansson y Adam Driver elevan sus categorías de actores en este filme. Sus encuentros son punzantes y se constituyen en auténticos hitos para alcanzar la profundidad dramática que caracteriza a la película. Historias de un matrimonio se suma así a que, hasta el momento, resulta ser el mejor año (2019) en producciones de Netflix. [Víctor Carvajal]
1 — An Elephant Sitting Still (I, II) (Hu Bo)
Esta incómoda obra, una auténtica patada en el estómago, será recordada por ser el único largometraje del chino Hu Bo, un autor que se quitó la vida a los 29 años nada más terminar de rodar este debut que se ha convertido en su testamento cinematográfico.
El pesimismo, la culpa y la decepción gobiernan todos los actos de unos personajes marcados por el egoísmo, en constante conflicto con su entorno y con una situación psicológica cargada de dudas existenciales. El malogrado director dota a la cinta de unos tonos grisáceos y apagados que encajan a la perfección con la poco motivadora ciudad en la que deambulan sus protagonistas mientras se detiene en unos silencios que señalan la incomunicación entre unos personajes que se engañan tanto a sí mismos como a sus interlocutores. No hay el menor atisbo de esperanza en ellos salvo ese lugar donde se encuentra el animal que da título al filme, presente a lo largo de todo el metraje de un modo simbólico, como vía de escape.
Cine de altos vuelos por parte de un cineasta caracterizado por un humanismo, una sensibilidad y una capacidad de observación del comportamiento humano dignas de mención. Algo que incrementa notablemente el dolor por su prematura pérdida. [Pep Sancho]