Que el cine tiene poder es un axioma indiscutible. Un medio, un entretenimiento, un arte que llega a millones de personas cumple un papel fundamental a la hora de sembrar ideas. Cuanto más, el género documental, eternamente ligado (e infravalorado) al arte cinematográfico, aunque últimamente parezca más dedicado a intentar vender una idea que a hacer reflexionar mediante el mero testimonio de la realidad.
No obstante, a veces uno encuentra joyas, que por el momento en que se realizan y la propia producción, destacan por sí solas. Es el caso de Les invisibles, un valiente documental de Sébastien Lifshitz, el cual, en pleno debate sobre el matrimonio homosexual en territorio francés, ha realizado un largometraje emotivo, reflexivo y conmovedor.
Con la suave música de la canción Francis de Coeur de pirate, la cinta empieza a ofrecernos imágenes bucólicas de vidas sencillas. Unos hombres alimentan a unos pájaros, parecen ornitólogos. Después se sientan a una mesa y empiezan a ser entrevistados. Ambos son mayores, de edad avanzada. Descubrimos que son pareja. Una pareja de homosexuales que empiezan a hablarnos de su vida, de su desarrollo, de cómo descubrieron y aceptaron su orientación sexual y como acabaron juntos.
Mediante esta sencilla estructura repasaremos los retazos de vida de tres parejas y cuatro homosexuales, que, ante la cámara fija, desnudan su alma, nos hablan de sus pasiones, de sus dificultades al no ser lo que la sociedad esperaba de ellos en una época en la que las normas sociales resultaban mucho más duras que en los tiempos actuales. No oímos ninguna pregunta. No parece que haya ningún guión. Simplemente, es gente que recuerda lo que ha sido su vida, nos deja entrever parte de la misma. Como si fuéramos unos amigos que nos sentamos con ellos a recordar viejos tiempos.
Viejas fotos y antiguos videos, para que podamos percibir aun más la cercanía de nuestros protagonistas, son mostrados. Las palabras, pronunciadas con ligereza, no siempre son agradables de oír. Hablan de rechazo y de miedo, de actos duros, pero también de esperanza, de amor y de ternura. Puede resultar chocante; no solo son personas mayores hablando de sexo con ligereza, sino de sexo que, realmente, parecía incluso prohibido en su época.
La segunda parte de metraje resulta un poco más política. La gente, en todas las épocas, ha luchado por sus derechos. El debate actual que tiene lugar en Francia no se ha inventado en nuestros días. Therese, de 80 años, nos cuenta, por ejemplo, el movimiento de Les Gouines Rouges (Las bolleras rojas) para reivindicar su condición. El factor político siempre ha sido importante.
Y sin embargo, tiene la virtud de no parecer un momento una clara defensa de la homosexualidad, sino un canto a la libertad. La manera de enfocar el tema, sin tomar partido, permite que, independientemente de las orientaciones de cada uno, podamos sentir cual es su lucha. Ya está bastante caro encontrar el amor en el mundo como para, encima, ponerle más trabas, ¿no?
A nivel técnico, aunque parezca que una película realizada a base de entrevistas puede hacerse monótona, o pesada, los cambios rápidos de protagonistas y las diferencias de las vidas de unos y otros la dan un ritmo narrativo que nos permite seguirla con facilidad sin perderle el pulso en ningún momento. Además, aprovecha muy bien el impacto de sus entrevistados, que, como bien vaticina el título, son gente invisible, pero no escondida, pues siempre ha estado ahí, a la que por fin alguien le ha dado voz para que cuente su historia. Al fin y al cabo, como bien escribió George Bernard Shaw, «No hay secreto mejor guardado que aquel que todos conocen».