«What is love?
Baby don’t hurt me
Don’t hurt me
No more»
What is Love? Haddaway
Giacomo Casanova, el seductor favorito del s. XVIII, coleccionista de amantes y aventuras traducidas en su autobiografía Histoire de ma vie, es una fuente de inspiración inagotable para libertinos y románticos del séptimo arte. Múltiples han sido las apreciaciones de su figura en el cine, pero Benoît Jacquot, experto en la carnosidad de las relaciones y la voluptuosidad de la pasión, se ha decidido por mostrar a un Casanova enamorado, y para un personaje como este, la palabra amor tiene más matices de los necesarios.
Un anciano Casanova vaga verbalmente entre sus recuerdos hasta convertirse en Vincent Lindon, el maduro con escasos escrúpulos a la hora de seducir féminas que se pasea por Londres en busca de calor humano y nuevas sensaciones. En un acomodado estilo de vida y por tanto una pomposa puesta en escena donde los polvos de arroz, las pelucas caracoladas y las camisas con chorreras son una constante, recorremos la rutina del protagonista, con la impresión de estar contemplando a un hombre de vuelta de todo, con una altivez que convierte lo extraordinario en otro evento aburrido, un simple trámite de la alta sociedad con la que se codea.
Incluso su paso por los bajos fondos y su interés por la prostitución se muestra como algo bello y atractivo, una pulcritud idealizada que se nos antoja imposible, pero es la pasarela perfecta para cruzar a Casanova y la mujer protagonista de sus sueños húmedos.
¿Y qué se supone que es el amor según Casanova bajo la mirada de Jacquot? El director bucea en una historia llena de nimiedades donde crear encuentros fortuitos, conversaciones elevadas y miradas cómplices entre los dos entes amorosos. Lindon y Stacy Martin juegan a la seducción, el coqueteo, la impertinencia y el capricho, pero sin duda lo único que no aparece es ese amor imposible del que nos quiere hablar Jacquot.
Ese aprendizaje del hombre que tiene el azar y la fama de su lado queda blando y disperso, no pasa del tonteo de cotas elevadas, sin crear un fondo ni para Giacomo, ni para la señorita que aparentemente se supo hacer la dura, Marianne de Charpillon.
Tal vez lo interesante de Casanova, su último amor sea su retrato de la sociedad del momento, una traducción de las propias palabras de Casanova plasmadas en papel, a través de las vivencias de un hombre que supo acomodarse entre los poderosos. Las pequeñas intrigas, las farsas monetarias en pos de fingir solvencia, la elegancia de escaparate, la grotesca diferencia de clases siempre llevando las relaciones con súbditos al absurdo y un sinfín de detalles accesorios a la historia principal, son todo lo que permite que la película respire con cierta energía. También por momentos se descubre la mano de un cineasta detallista, que mima la escenografía y dirige su cámara a lo particular para olvidarnos de lo genérico. Aún así a Casanova, su último amor le falta la “chicha” que se muestra constante en la filmografía del director, y lo que aquí quiere mostrar como crítica no pasa de anécdota, y la pasión que quiere arrancar de tan agradecidos personajes no llega ni a un leve gemido.
Fría por mostrarse tan distante, la química del seductor más conocido de la historia queda en poco más que un «mira, otro hombre de mediana edad blanco heterosexual que no sabe sobrellevar el no», salvado porque su envoltorio es un magnífico retrato visual de una etapa meramente imaginada.