En una época en la que el cine parece haber perdido todo referente de la realidad a través de sus imágenes, el uso del metraje encontrado y la estética documental proporciona usualmente al espectador un sentido de realismo impostado que se asume por auténtico por defecto. Interpretamos la realidad a través de las imágenes y no al revés, lo que hace mucho más sencilla la descontextualización y la manipulación a través de los distintos mecanismos propios de la ficción. Nuria Giménez toma de partida un material encontrado captado de la realidad —rodado principalmente en 16 mm— y construye a partir de ello un relato específico que da forma a través de un exhaustivo trabajo de montaje en My Mexican Bretzel. Se trata de la narración de la vida de una mujer, Vivian Barrett, a través de varias décadas desde los años cuarenta. La evolución de su matrimonio y la insatisfacción vital crónica que acompaña a sus experiencias se sobreimpresiona en pantalla con los textos de su diario personal, apoyando y resignificando unas películas domésticas rodadas por su marido que extraen elementos de su hipotético mundo para apoyar una historia contada en primera persona. Sus reflexiones, su registro de eventos de mayor o menor relevancia, su perspectiva respecto al amor y la vida, y hasta sus referencias literarias o filosóficas… todo perfila una progresión de sucesos meticulosamente elaborada.
Sin banda de sonido original, los efectos asociados a la acción de cada toma o pertenecientes a algún ambiente se añaden en postproducción aislados, subrayando su presencia. Una cadencia rítmica se puede apreciar en ellos, que gravita sobre los movimientos de personas y objetos en plano, cuyo efecto se siente acumulativo con la edición. El color también sufre de una adulteración evidente que acompaña a la evolución del estado emocional de la protagonista —homogeneizando a la vez la procedencia cronológica de cada plano que usa para componer la obra—. Queda claro así que el artificio forma parte de la esencia de extrema verosimilitud del dispositivo formal que Giménez Lorang establece en su película desde el inicio. La combinación de distintos recursos sumerge al espectador en la psicología de un personaje completamente inventado, que podría vivir en alguno de los melodramas de Douglas Sirk y que aborda muchas de las cuestiones que podría plantearse cualquier mujer en la actualidad, cuestionando sus elecciones y el rol que se le obliga a cumplir por unas expectativas de la sociedad que no han cambiado tanto desde entonces.
La ausencia de narración en off supone también una estratagema de extraordinaria audacia. Por un lado, permite al espectador proyectar su estado emocional al interpretar el mensaje y el subtexto de fragmentos inconexos, tal como cualquier lector hace con una pieza escrita —y como sucedería si estuviéramos leyendo directamente el diario de cualquier persona sin que ella nos explique los motivos y el vínculo con su biografía que la animaron a escribir exactamente lo que escribió—. Por otro, ese estado emocional del espectador viene alterado por las imágenes fabricadas que sirven de soporte al texto: lo autentifican a través del código inherente a las imágenes que suponemos extraídas de la realidad, de las que se apropia y reinterpreta la directora. La presencia de inconsistencias y hasta guiños suponen un juego con los límites de una idea de verosimilitud que el mismo film trata como un material flexible, un concepto elástico y moldeable a voluntad. Se cierra así un diálogo entre el aparato visual y la narración puramente textual del diario, que se retroalimenta entre ambos. My Mexican Bretzel no sólo es que busque la verdad a través de la mentira como cualquier creación artística, sino que evidencia su naturaleza de recreación, de falsificación de la realidad consustancial al mismo cine. Y lo hace desplegando una ingeniosa estructura repleta de vacíos y fueras de campo insondables, que resultan focos de atracción irresistibles para nuestra voluntad de completarlos u obviarlos, de encontrar un significado global.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.