El estudio de animación Studio 4º tomó su nombre de la temperatura en la cual el agua es más densa. Sin duda, la animación y el agua son elementos que siempre han ido de la mano, y quizás es también por eso que, en Los niños del mar, el líquido elemento está tan presente. El estudio japonés se está convirtiendo en uno de los más potentes de su país, con participación en proyectos como la trilogía Berserk y películas como la española Psiconautas y la aclamada Mutafukaz.
Los niños del mar, su último proyecto, es una película con apariencia de anime clásico, aunque en su interior esconde una complejidad de dibujo y maestría visual que está al alcance de pocos. La protagonista del film es Ruka, una niña cuyos padres se han separado, y que está desarrollando problemas de comportamiento. En una visita a su padre en el acuario local, la joven conoce a Umi y Zora, dos niños que tienen el océano como su medio natural.
El director del film, Ayumu Watanabe, es el responsable de numerosas adaptaciones de animes para televisión, y eso es algo que se nota en la narración, por lo menos durante sus primeros minutos. Mediante la voz en off y un marco más o menos clásico (una preadolescente en verano), el film va dejando buenas ideas visuales (la cicatriz de la protagonista para subrayar su culpa y el divorcio de sus padres, la idea del mar como terreno ignoto…) pero sin ofrecer nada especialmente distinto. El film va sumando temas a su trama, hasta el punto de que se torna algo obtuso, mezclando conflictos familiares con autodescubrimiento y una cierta exhibición y admiración por el medio acuático. En ese sentido, la propuesta de Watanabe recuerda a otras obras de animación como The Congress (Ari Folman, 2013), en la que las tramas se superponen hasta el punto de no saber de qué va realmente la película.
Es posible que esa dispersión de tramas haga que Los niños del mar sea más libre, y que revele exactamente algo que tampoco pretendía ocultar: la trama no es sino un ‹macguffin› para mostrar su poderío visual. En ese sentido, hay dos películas en cuanto a animación. En la primera, la parte “seca”, encontramos los rasgos típicos del anime: trazo simple, rostros expresivos, privilegio de la acción. En la segunda entra en escena el agua, y el dibujo se hace muchísimo más complejo. Escenas como la de la protagonista pedaleando en medio de una lluvia torrencial o nadando entre peces no solamente son de una belleza espectacular, sino que muestran un gran dominio de la propia física de la animación. Watanabe hace uso de la luz y de la música con el fin de transmitir una emoción que el argumento no tiene demasiado interés en mostrar.
Lo que diferencia a un film como Los niños del agua de su género es el clímax final, unos veinte o treinta minutos absolutamente mágicos, de una imaginación desbordante, que exigen ser disfrutados en una pantalla de cine. La belleza de las imágenes acerca la película de Watanabe a las orillas de lo experimental, permitiendo que el espectador entre en un mundo puramente sensorial, en un trance de luz, colores y movimientos que no son otra cosa que cine en su máximo esplendor.