El primer largometraje de Lucía Alemany aprovecha elementos autobiográficos —personales y de ambientación— para elaborar su relato a través de la adolescente interpretada por Carmen Arrufat (Lis). Su pueblo Traiguera (Castellón) sirve de escenario y las fiestas de verano de contexto mientras afronta un inesperado embarazo que funciona de punto de partida del conflicto principal, que se desvela como una excusa para hablar de la adolescencia, de las inseguridades al pasar a la adultez y la búsqueda de la propia identidad de su protagonista. Con Lis se nos describe un costumbrismo rural moderno y vigente, cercano y reconocible. Pero también cerrado sobre sí mismo, lento en su adaptación a los nuevos tiempos y en servir a la perspectiva actual de los jóvenes y sus necesidades. La mirada de la directora aprovecha su propio vínculo con lo narrado para alejarse y no imponer un juicio sobre los personajes o las circunstancias. Y es esta perspectiva naturalista, desprovista de un obvio propósito en su narrativa, lo que proporciona a La inocencia un sentido extraordinario de autenticidad y realismo desde la comprensión y sin renunciar a componer su discurso con una necesaria complejidad.
La adolescencia y sus conflictos típicos permite a Alemany acercarse a las especificidades de la historia desde una aproximación universal. El enfrentamiento a lo inevitable de la transitoriedad de la existencia, al cambio constante y su aceptación son los motores del film tanto a nivel personal como social. Con la cámara captura, acercándose a lo documental, las idiosincrasias de las tradiciones y los festejos populares, el ocio y los detalles de su cotidianidad. También recrea desde la ficcionalización más pura —y basándose en el trabajo de improvisación, con un reparto integrado por intérpretes no profesionales junto a otros experimentados como Laia Marull o Sergi López— estampas e instantes propias del lugar y de las relaciones entre vecinos, sus amistades e incluso de las dinámicas intrafamiliares. El uso de multicámara mediatiza quizá en exceso su propuesta escénica, pero sirve para reforzar la frescura y el ingenio de sus diálogos, la verosimilitud emocional y el manejo de un tono que se mueve de forma sutil entre el drama y la comedia que desprenden sus secuencias.
La exploración de sus propios deseos, la resignificación de los vínculos de amistad y del amor, la mutación de las relaciones con los adultos y sus padres en concreto, la percepción de sí misma y la que los demás tienen de ella… acaban por construir un completo retrato de una fase de todas nuestras vidas marcada por la confusión del autodescubrimiento. Todo realizado desde un punto de vista único y un sentido del humor entrañable. La estructura de la cinta permite abrir todos estos frentes sin perderse a través de una colección de viñetas y personajes peculiares, de charlas y discusiones que despiertan ineludiblemente la complicidad del espectador y su identificación. Siempre con Lis en el foco, pero sin dejar que los contrastes tan definitorios con su entorno se pierdan.
En ese esfuerzo por reafirmarse ella misma a partir de sus aciertos y errores —mentiras u omisiones— reside el valor de una película que sirve de reivindicación y enlaza con gran precisión la apropiación del cuerpo y la sexualidad como base imprescindible de la autonomía de las mujeres desde antes incluso de llegar a ser consideradas como tales. La génesis de esta nueva persona, que se está formando ante nuestros ojos con la ayuda y los obstáculos que se encuentra, entra en contradicción simbólica y literal con la que ha concebido. La pregunta queda abierta en su misma resolución: ¿qué tipo de responsabilidad sobre otro ser humano se puede exigir a quien ni siquiera sabe quién es todavía?
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.