Inés querría ser un hombre, ya lo dijo siendo más joven, cuando rondaba los veinte años, durante un concurso de belleza en el que contestaba las preguntas de una periodista.
« — ¿Qué cambiaría de su cuerpo?
— Todo. Me habría gustado nacer hombre.»
Así empieza la historia de una mujer fuerte, segura e inmarcesible que sostiene una relación tricéfala con dos seres tan débiles como Justo, su marido, y Gerardo, el amante. Tres cabezas de las que solo una piensa. Al fondo Chile, a principios de los años setenta. A la vuelta, Chile otra vez, en la época contemporánea. Por elipsis quedan Salvador Allende. Después Pinochet.
Las bestias no mueren, solo descansan.
Andrés Wood dirige su séptimo largometraje situando sus acciones en dos tiempos. Uno sería el de Machuca, una de sus obras anteriores, a principios de los años setenta. Y el otro acontecería en la actualidad, en un Chile tranquilo aunque desde hace dos meses las noticias nos informen de un conflicto patente entre la sociedad, sus gobernantes y las fuerzas de seguridad. Araña se presenta como una cinta muy pertinente para retomar ese discurso sobre lo que es olvido y lo que resulta ser rearme ideológico en una sociedad civil tremendamente polarizada. Es obvio que la proyección en el Festival de San Sebastián de 2019, dentro de la sección Horizontes latinos, coincidió por fatalidad con estos enfrentamientos entre la población chilena. Pero tal casualidad no responde a un mecanismo de marketing o aprovechamiento de las circunstancias, sino a un síntoma que, por desgracia, tampoco se muestra separado de todos los repuntes fascistas, nacionalistas e independentistas, provengan del enunciado ideológico que provengan en plena carrera de retraso en las libertades, humanismo y universalidad. El cineasta podría haber escogido la evocación de tiempos pasados por un filtro amable de los hechos. También podría elegir una propuesta que resultase aleccionadora para el público o directamente apologética. Sin embargo, Wood opta por el camino más difícil y se mete de lleno en un grupo reducido a tres personajes de los cuales Inés es la protagonista desde la primera secuencia, en compañía de Gerardo, coprotagonista en funciones. Secundados ambos por Justo, el volátil marido que se somete a las circunstancias.
Después de un comienzo arrollador que demuestra una presentación de personajes enigmática en el caso de Gerardo, tal vez un sociópata si lo juzgamos desde su primera aparición en la que persigue a un ladrón por varias calles, tras tironear el bolso de una mujer. O la secuencia de la entrevista que da cuenta de la firmeza, seducción y sobre todo el poder que posee Inés. Mientras su marido aparece prácticamente como un hombre sin voz ni voluntad a merced de los anteriores. Este trío de personajes interpretados por tres actores diferentes en cada una de las dos épocas supone un gran acierto en la credibilidad del envejecimiento de los caracteres, que no evolución, porque demuestran una falta de inmadurez personal en su estatismo ideológico y sentimental. Con maestría por parte de Mercedes Morán y María Valverde, el dúo de actrices —madura y joven— que complementan a Inés. Desequilibrados en su peligrosidad en el caso de Marcelo Alonso y Pedro Fontaine, ambos como Gerardo viejo y joven.
Este seguimiento de los personajes y el peligroso triángulo que forman —tanto amoroso como cooperativo en su delincuencia— son enfocados por un punto de vista empático hacia ellos, sin juzgar, condenar ni criticar sus relaciones y actos. La simpatía o rechazo que pueden generar en el espectador siempre dependerá del rasero ideológico del que los mire desde la butaca. Una forma de plantear sus roles que ya encontró detractores entre la prensa especializada pero que resulta interesante para organizar una visión incómoda de la historia.
El guión es la segunda baza de Araña, un libreto de tal fuerza literaria que podría haberse publicado como una novela pero que, por una paradoja, está traducido a imágenes de forma ejemplar, otorgando a los diálogos la funcionalidad descriptiva o informativa justa, supeditada a la puesta en escena, el montaje y las acciones o situaciones que se narran visualmente. También destacan las dos secuencias más vendidas a los parlamentos como son las dos entrevistas a Inés, enriquecidas por la ironía de los diálogos, profundizando más en la esencia de la protagonista. Un armazón literario que se despoja de pedantería, subrayados innecesarios y artificios para resultar entretenido y dinámico en pantalla.
Araña no es una obra que pueda despertar simpatías desde el punto de vista evocador o progresista porque no recurre a personajes de militancia socialista en las épocas que transcurre, salvo la psicóloga que analiza el comportamiento de Gerardo en la cárcel y se da cuenta gracias a él de que no es tomada en serio por ser mujer, a ojos de sus compañeros médicos. Tampoco será tenida en cuenta del todo por los conservadores o extrema derecha porque el acercamiento que realiza con objetividad sobre los tres personajes puede ser un espejo en el que no se quieran ver reflejados. Así que el resultado final es un film que cabalga con fluidez entre dos tiempos separados por más de cuatro décadas, dos épocas que se desarrollan sin brusquedad en sus cambios temporales y particulares, sin perder de vista un triángulo amoroso pasional o tóxico, según la psicología de cada cual. Una melodía entre distintos siglos, errores parecidos, contrastado solamente por la tristeza de un breve interludio casi documental de las calles chilenas con personas pobres, trabajadores y otros individuos deambulando ante una pintada con versos de Pablo Neruda, acerca de los sueños perdidos.