Durante los primeros compases de Ventajas de viajar en tren, Ángel Sanagustín (interpretado por entonado Ernesto Alterio) explica a su interlocutora, Helga Pato (a la que da vida, con gran acierto, Pilar Castro), cómo la personalidad de los pacientes con esquizofrenia hebefrénica consiste en una sucesión de relatos superpuestos, como si de las capas de una cebolla se tratara. Una nota que podría entenderse como causal, como forma de establecer las bases de un relato, pero que sin embargo el debutante Aritz Moreno lleva mucho más lejos. Y es que es precisamente en la narrativa a la que apunta el diálogo entablado por Ángel Sanagustín, donde el prometedor debut del donostiarra establece sus bases; así, el barroquismo en una construcción que no deja de descubrir nuevos capítulos («como las capas de una cebolla») y de agregar subtramas a la exposición central, actúa como arma de doble filo: por un lado, en la edificación de un tono que va más allá de la presunta excentricidad de la propia crónica, y por el otro, en la asunción de la narrativa como un todo, como herramienta capaz de (de)construir, variar e incluso fingir en lo que se asume como toda una declaración de intenciones por parte de Aritz Moreno. El relato, pues, se desmonta con una facilidad pasmosa del mismo modo que va dando paso a un extraño tránsito genérico —de la comedia al thriller, pasando por la parte más psicológica (cómo no) de la historia y hasta derivando en una sibilina reinterpretación de la sci-fi constituida en esa “conspiranoia” surgida de la mente (o no) de Martín Urales de Úbeda, el personaje interpretado por (un también espléndido) Luis Tosar—, sentando de ese modo las bases de un ejercicio capaz de transgredir su aparente faceta de comedia regida por el absurdo y la extravagancia más pura, y transportando al espectador a un terreno mucho más fértil, nutrido por algo más que una imaginación desbordante, tanto en la génesis de cada uno de sus relatos, como en un humor que nos lleva desde el gag visual más elemental, al dislate de cada uno de sus episodios.
Pero Ventajas de viajar en tren no asume la construcción narrativa como su único —ni siquiera el más relevante— bastión. Puesto que más allá del modo de erigir la obra en torno a esa faceta, o de supeditar tanto el tono como la comicidad a un aspecto que se antoja clave —y que queda reforzado, obviamente por la agilidad de su magnífico montaje—, Aritz Moreno constituye en la faceta visual del film aquello que se podría comprender casi como una extensión de su baza articular. La óptica de Ventajas de viajar en tren se convierte así en espejo deformante de una realidad que, del mismo modo, se muestra mutante, variable en casi cada una de sus formas; ese jugueteo lo acomete el aquí debutante gracias a visuales aberrantes como esas tomas captadas con ojo de pez a las que vuelve vez tras otra, transformando inclusive los escenarios por los cuales se mueven los personajes; unos personajes, por otro lado, cuya deformación no se produce únicamente a través de sus artimañas narrativas, y obtiene otra dimensión a través del propio metalenguaje al que alude el film en más de un momento (como esa confusión citada en el off entre narradores, autores y personajes). La referencialidad interna se transforma así en otro mecanismo empleado por Moreno, uno desde el cual, más que evidenciar los propios dispositivos de la cinta —esas líneas apuntando a las matrioskas—, sigue alimentando ese juego que se entabla en lo narrativo para encontrar una extensión perfecta en lo visual —como en los travelling que surgen como forma de explorar el particular universo creado para la ocasión—, y hasta por momentos en el mismo lenguaje —como en el tercer episodio, protagonizado por Javier Botet y Macarena García, en el que ese off (otro de los engranajes esenciales del film) presentado por él, conmemora muy particularmente la dialéctica del fallecido José Luis Cuerda—.
Ventajas de viajar en tren va más allá, en todo caso, de los mecanismos de una comedia conocida por más que el relato nos pueda transportar a otros lugares, y lo hace gracias a la singular habilidad de un cineasta que sabe transformar lo raro, lo extravagante, en algo que se antoja sencillamente extraordinario. Una cualidad que no está al alcance de todos.
Larga vida a la nueva carne.