«Hay gente en su casa esperando a que estalle la guerra de Corea
Como si esto fuera arreglar el mundo roto de la clase media.» *
Una de las principales críticas que, a menudo, se le hace al cine social es la de su incapacidad de transformar su comentario en algo más sutil, de trascender su forma, y limitarse a una planicie que consiste en empatizar muy fuerte con sus personajes, bordear la pornomiseria o el maniqueísmo más descarado en un intento de dar bien masticado su mensaje. Es la política del miting, de la ausencia de reflexión y la imposición vía embudo de una verdad con la que, quien suscribe estas palabras, está generalmente de acuerdo pero genera una cierta sensación de infantilismo, de haber asistido a primero de párvulos de lucha social.
Hay otra forma, sin embargo de abordar dichos asuntos y curiosamente ambos casos nos han llegado desde Corea. Si el año pasado Lee Chang-dong nos obsequiaba en Burning con unos retratos poéticos sobre la obsesión de ascenso social y su reverso despiadado en forma de éxito como psicopatía del aburrimiento, en esta ocasión es Bong Joon-ho el que nos muestra, o casi mejor arroja, una pieza de precisión geométrica sobre el ese preciso instante que precede al apocalipsis económico y social.
Porqué, a pesar de su apariencia de comedia grotesca, de ‹slapstick› macabro y violento, de hipérbole subtextual, no dejamos de estar ante un retrato más punzante de lo que parece, más fino y preciso que cualquier diatriba política de enunciado más o menos explícito. Quizás ahí radica la clave de Parásitos, el ser capaz de no renunciar nunca ni a discurso ni a formato para explicar que está pasando en esta guerra, que no es tanto de clases como intra clasista.
«¿Me queréis a mí o al caos? Da igual, porque el caos también soy yo.»
El agua, en su forma torrencial, suele ser sinónimo de depuración, de limpieza de pecados. Un elemento que queda subvertido al convertirse en elemento que saca a flote toda la suciedad, toda la vileza. Este sería el ejemplo perfecto del tono que Bong Joon-ho imprime a su film. Un minimalismo simbólico, unas simetrías salvajes y transversales para hacer de esta sátira de raíz buñueliana un retrato tan humorístico como despiadado de la deshumanización en tiempos de neoliberalismo desbocado.
Un caos orquestado en el que nadie, aparentemente, se salva de su miseria moral, de la(s) bajeza(s) intrínsecas a cada clase social donde unas pueden ser más refinadas y otras más obscenas, pero que parten del mismo concepto de una negrura hipnótica y desconcertante que da más para la risotada desesperada que para el llanto. Como un réquiem por la sociedad del siglo XXI desprovisto de solemnidad, adaptado a la liquidez y banalidad que comparten el materialismo hedonista y el asesinato en estos tiempos. Donde el medio para el fin acaba siendo una sucesión de acciones y reacciones, de medios para fines tan disueltos en egoísmo que nadie ve más allá del instante.
«Misiles y deseos infantiles, ensalada de conceptos disgregados
Que acaban en fantásticas catarsis que nos recatan del tedio
Se arañarán los ojos cuando veamos relucir el esqueleto del desastre
Pero iremos juntos como polillas, fascinados por la luz.»
Parásitos es pues lo más parecido a una pedrada en cuanto a contundencia, y al mismo tiempo consigue articular aquello de que la pluma es más poderosa que la espada. Un film trascendente en cuanto pone sobre el papel la idea-fuerza de que, efectivamente, hay responsables máximos de que queramos comernos a nuestras mascotas, por así decirlo, pero sin rehuir nunca que existe un proceso en el que, antes de que caiga la venda, se convierte el panorama de las relaciones humanas en un campo de batalla, un todos contra todos despiadado que finaliza (o mejor, se toma pausas) de la única manera posible: con sangre derramada y lecciones no aprendidas. Como polillas hacia una luz inalcanzable.
* Todos los títulos pertenecen al tema Hushpuppy de Hazte Lapón (No son tu marido, 2015)