Vayamos directamente al grano: Sesión Salvaje no es un documental del que se puede hablar excelencias en su apartado técnico. Es más, su formato (entrevista, inserto) es el ABC del formato. Pero precisamente algo de eso hay en el film, la reivindicación de las raíces, de la vuelta a un cine que pretendía entretener como objetivo principal y precisamente por esa función libre de aristas ‹arty› acababa por ofrecer comentarios sociales en el subtexto y locuras formales más revolucionarias que los pedantes ‹jump cuts› de un Godard de la vida.
Lo verdaderamente, y aquí entramos en el ámbito personal, importante de Sesión Salvaje, está en la reivindicación de un cine y unos autores (sí, autores!) a menudo olvidados cuando no vilipendiados por aquellos que en su momento los auparon al éxito comercial. Y no, no hablamos solo de la industria, sino de ese público que había reído con, por ejemplo, Pajares y Esteso y posteriormente los redujo a la categoría de españolada, de caspa prescindible.
Aunque parezca algo exagerado no es fácil reivindicar a Juan Piquer Simón, o Amando de Ossorio o decir que Los Bingueros es la mejor película de la historia del cine español. Por ello Sesión Salvaje es sobre todo un documental sobre la soledad de aquellos que tienen el ‹exploit› como educación sentimental cinéfila.
Hay algo que remueve y emociona en los testimonios que desfilan por las imágenes del documental. También, cómo no, están las risas y las anécdotas pero, de alguna manera transitando hacia una cierta tristeza al reflexionar sobre un mundo que ha desaparecido y que no tiene visos de volver a existir.
Supersonic Man, el destape, el ‹exploit› del fantaterror no son más que ramas de un árbol cinematográfico donde esquivar la censura del franquismo gris pasó de necesidad a divertimento, un reto que daba lugar a locuras tan extraordinarias que acababan por reflejar a una sociedad ansiosa de libertad aunque fuera en forma de cabeza cercenada o de atisbo de una teta al aire. Era así, entre risas y escalofríos, como se creó una cierta conciencia colectiva sobre temas políticos, sobre sexualidad o sobre aspectos sociales como la delicuencia y las drogas. No siempre en positivo, claro está. El espejo podía generar en forma de esperpento tendencias como una sexualidad machista o la moda de los navajeros, cierto. Pero cabe preguntarse si la retroalimentación viene del cine o este es la magnificación de lo que refleja. Por desgracia, y esto nos remite a tiempos actuales, fue más fácil echarle la culpa al cine que a la mala interpretación del mismo.
Por ello Sesión Salvaje es una bandera reivindicativa a la que aferrarse. Un canto a la solidaridad entre solitarios. A poder sentirse acompañado frente a tanto cultureta y pseudointelectual cuya mueca de desprecio ante este tipo de cine es equivalente a su ignorancia y elitismo de postureo barato. Por ello puede parecer que este es un documental muy dirigido a su público objetivo, y puede que así sea, pero no estaría de más que aquellos que nunca han visto estas películas, o directamente las han despreciado, se asomaran a visionarlo. Ni que sea para reflexionar de dónde viene el olvido y el desprecio y dar una oportunidad a esa cinematografía que hoy día resta oculta bajo la etiqueta de cine para frikis o casposos.