Sesión doble: Titanic (1943) / La última noche del Titanic (1958)

El pasado lunes 15 se cumplían 101 años de la tragedia del Titanic. Como hay vida más allá de James Cameron, rescatamos dos grandes films sobre ese momento histórico que nos emplazan en los años 40 con la versión realizada por Herbert Selpin en Titanic, y a finales de los 50 con la magistral La última noche del Titanic, de Roy Ward Baker.

 

Titanic (Herbert Selpin, Werner Klingler)

Nos hallamos ante una de las películas más desconocidas y malditas rodadas sobre la tragedia del Titanic. La génesis de su carácter maldito reside en el hecho de que fue producida por el Ministerio de propaganda nazi para demostrar la supuesta fortaleza de la industria cinematográfica alemana e igualmente para emitir una crítica propagandística en contra del enemigo británico.  El proyecto estuvo plagado de calamidades, siendo la más llamativa el arresto de su director, Herbert Selpin, por la Gestapo provocado por las críticas que lanzó contra las fuerzas armadas alemanas. Días más tarde Selpin fue encontrado ahorcado en su celda de reclusión, siendo rematada la producción por Werner Klingler con el asesoramiento de Goebbels. El film no gustó mucho a este último y fue retirado de los cines germanos por pensar el aparato del partido que podría fomentar el pánico entre los ciudadanos debido al realismo de las secuencias del naufragio, pudiendo ser visto esto como una metáfora de la caída del régimen nazi.

Si nos desprendemos de los prejuicios que lógicamente puedan acarrear los hechos referidos en el párrafo anterior, descubriremos una película muy interesante. No solo como documento histórico, sino también por su contrastada calidad cinematográfica. La cinta goza de una impresionante dirección artística, estupendos efectos especiales y una ambientación difíciles de equiparar con otras películas de la época. La escena del hundimiento es espectacular y los episodios  de terror que experimentan los pasajeros en el momento de la evacuación a los botes fueron rodados con un impactante realismo, como si se tratara de un bombardeo de la II Guerra Mundial.

La trama arranca con una reunión de los accionistas de la empresa del Titanic en la que su dueño, ante la caída del valor de las acciones, apostará que batiŕán un récord de velocidad de navegación, siendo el objetivo de este embite incrementar el precio de los títulos. Este hecho será criticado interesadamente en el guion,  presentando así a los grandes empresarios británicos como tiburones más preocupados por los beneficios que por las vidas de las personas. Como toda buena película sobre el Titanic nos encontraremos con una serie de personajes, presentados en la escena de la fiesta de recepción, cuyas vidas se cruzan en el barco: el capitán, el dueño de la empresa y su mujer, una solitaria millonaria, aristócratas, profesores, vividores, etc. (ah, y también hay orquesta tocando durante el naufragio aunque con estilo más marcial que romántico).

Junto con una subtrama de un robo de joyas y un par de historias de romance, el principal mensaje que desprende la película será la incompetencia de los oficiales británicos que no se revelarán contra el presidente de la compañía aún a sabiendas del peligro existente, con la presencia de icebergs, que conlleva la decisión de los mandamases de batir del récord de velocidad. Únicamente un oficial alemán será quien se enfrente de cara a los hechos, velando por el cumplimiento del deber en oposición con los intereses particulares del presidente de la compañía.

Todo ello convierte a este dulce esotérico en un magnífico ejemplo de cine espectáculo propagandístico, que a pesar de su tono panfletario se saborea con mucho gusto gracias a unas entretenidas tramas, unos fastuosos decorados y ese estilo melodramático marca de la casa alemana. A resaltar su última media hora, que sin duda se encuentra entre lo mejor que jamás se ha filmado en el género de catástrofes.

Escrita por Rubén Redondo

 

La última noche del Titanic (Roy Ward Baker)

Rodada en blanco y negro por Roy Ward Baker, quien con el tiempo sería uno de los cineastas afiliados a la Hammer llegando a rodar para la productora británica (nacionalidad que compartía con el cineasta) casi media docena de films, en La última noche del Titanic el cineasta londinense demostró una envidiable mano maestra para trasladar a la gran pantalla una de esas historias que ya han quedado marcadas a fuego en la historia de la humanidad, la tragedia del enorme navío inglés que si bien ha obtenido diversas adaptaciones cinematográficas llegando a destacar (por desgracia) la filmada a mediados de los 90 por James Cameron, encuentra aquí una razón de ser no tanto por lo impresionante que logra resultar, sino por un acertado discurso que encaja perfectamente con el siniestro acontecido en pleno Océano Atlántico.

Presentado como un orgullo para los ciudadanos de tierras británicas, y con la diferencia entre clases siempre presente (ya deja algún diálogo en esa primera escena Ward Baker, pero más adelante en secuencias como la de los muchachos jugando a fútbol con los pedazos del iceberg que han ido a parar al interior del barco, surgirá el tema nuevamente), La última noche del Titanic supone una recreación mayúscula de lo acontecido, tanto en cuestión de decorados y ambientación, como de una documentación que no deja atrás datos como el del nombre del barco que acudió en ayuda, el RMS Carpathia, y aunque evita ciertos detalles sin trascendencia para el film en sí (como que el Titanic se partiese en dos durante el hundimiento), relata con eficacia y pulso el corto periplo del imponente navío.

Sorprende, pese a ser lógico por la duración del film, la ausencia de un verdadero motor en cuanto a personajes protagonistas, y es que si bien es cierto que Ward Baker presenta algunos personajes a los que dará continuidad en la trama, no ofrece rasgos de esas historias que co-existen tras un incidente en el que sin centrar necesariamente todo el peso, se apoya con suficiencia como para no requerir adornos y chucherías que en una labor como la del realizador hubiesen quedado fuera de todo lugar.

El desarrollo del film hasta llegar a su fatídico tramo final, pues, no abarca más tiempo del necesario, y termina dando paso a ese caos que se desatará gradualmente entre los pasajeros del Titanic, que apoyado por una soberbia labor de realización de Ward Baker, quien domina a la perfección tanto montaje como planificación, logra dotar del desasosiego y la tensión necesaria a la escena para que el espectador, pese a no conocer a fondo a ninguno de sus personajes, se identifique con una situación límite como la que se produjo en el barco minutos antes del naufragio.

En última instancia, no olvida el autor de Hombre de dos mundos apuntalar un discurso que nos habla sobre la soberbia del ser humano y como esa condición de inhundible conferido por sus propios creadores fue lo que terminaría arrastrando al fondo del mar las vidas de más de un millar de personas en una de esas tragedias que, si ya forman parte de la memoria colectiva, no fue porque un film ganase 11 Óscar con una ñoña historia de amor, sino por las causas que con gran acierto refleja Ward Baker en La última noche del Titanic.

Escrito por Rubén Collazos

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