Me viene a la mente esa foto que vio la luz no hace mucho donde un puñado de directores españoles aficionados al terror (algo muy presente en sus cinematografías) rodeaban felices a Chicho Ibáñez Serrador. Un último homenaje que hermanaba varias generaciones de cineastas apasionados que han gozado de libertad a la hora de afrontar sus películas y que, siguiendo caminos muy dispares, han saboreado las mieles del éxito.
Entre ellos se encontraba Paco Plaza, uno de los pocos que ha sabido aplicar a su cine todo tipo de estímulos sin sufrir el irritante empaste donde nada encaja, siempre fiel a su estilo. Si en 2017 supo dar una vuelta de tuerca al «basado en hechos reales» con la excelente Verónica, donde llevaba una historia de posesiones al terreno de las coming of age alimentando el drama al ritmo de Héroes del silencio, ahora se atreve con el thriller y las venganzas personales sin esa necesidad actual de plagiar los biorritmos del cine estadounidense, y presenta una Quien a hierro mata estimulante.
Aunque su especialidad es el terror, al menos el lugar donde ha destacado a lo largo de su carrera, no es la primera vez que se enfrenta al thriller. Todos conocemos su estrecha relación con Jaume Balagueró, otra de las grandes promesas de finales/inicios de siglo en el cine español, que crearon una original y atrevida propuesta con [•REC], que pasó a ser una saga completa donde acabaron repartiéndose el cortijo —quedándose Plaza con el lado socarrón que destilaba la innegablemente efectista y revulsiva [•REC]³: Génesis, la precuela que se convirtió en una imprescindible del pack—, pero ambos debutaron en solitario bajo el influjo de uno de los escritores de terror actuales más respetados, uno que ha servido a varios realizadores españoles para ambientar sus óperas primas. Ramsey Campbell inspiró a Jaume Balagueró para escribir Los sin nombre, y repitió su presencia en el guion al elegir Plaza otra de sus novelas para dar forma a El segundo nombre.
No solo en el título se encuentran las semejanzas, ambas tienen un estilo argumental parecido (obviamente), pero es en el modo en el que se generan las escenas y la forma de presentarlas donde se distingue la mano de ambos directores. Paco Plaza sabe reírse de sí mismo y a su vez hacer reír —de un modo muy oscuro— a su público, pero nunca pierde la oportunidad de ensalzar la imagen por encima del discurso, y es algo que ya se podía deducir en su debut, porque aunque El segundo nombre no adquiere la profundidad que la propia historia promete, sí tiene un carácter muy concreto y sombrío que deja entrever la contundencia que con los años ha despertado en manos del director.
Paco Plaza crea intriga desde su primera batería de imágenes en las que mezcla a su protagonista con una insólita situación dramática, y es solo una de las ocasiones en las que decide contar su historia de una forma más desprendida en lo visual que en lo argumental. Secretos, religión y mentiras van creando una bola de nieve inmensa que se derrite en sus últimos minutos marcando un estilo propio en esa época en la que el cine español en manos de Filmax se rodaba mirando al público extranjero, con un reparto internacional pero sin soltar del todo los tics patrios, buscando nuevas vías donde permitir crecer a las nuevas promesas del terror.
Algo irregular pero con una historia atrayente que te obliga a querer saber más, El segundo nombre roza el estilo clásico de terror sin sobresaltos y el thriller más opaco donde el interés radica en una protagonista que se convierte en el epicentro de las grandes sombras de la sociedad adinerada y acomodada. Son los colores terrosos y opacos, escenarios amplios y a la vez asfixiantes y un juego de reflejos y espejos que ha repetido en muchas ocasiones Plaza, lo que nos permite encontrar al director dentro de su propia película, magnificando el suspense y la soledad del curioso. Aunque Romasanta, la caza de la bestia siempre será el guiño atrevido de Paco Plaza, donde comenzó a buscar su propio camino con plenas libertades, su debut siempre será la apuesta por una voz diferente que todavía tiene mucho con lo que sorprendernos, y si Chicho creó esta escuela, se pudo ir con la cabeza muy alta.