El canto de la selva es una historia sobre la aceptación de la muerte en el contexto de un pueblo indígena, a modo de un rito iniciático en el que el protagonista, Ihjãc, sufre de unas pesadillas tras la muerte de su padre en las que escucha la voz de éste, llamándole. La señal es clara: su destino, y la razón de ser de estas experiencias, es convertirse en chamán. Sin embargo, Ihjãc no se encuentra cómodo en absoluto con esta predicción, y tratará de huir de la responsabilidad alejándose hasta que los espíritus le dejen en paz.
Rodada en la aldea de Pedra Branca, al este de Brasil, en la que viven los indígenas Krahô, la propuesta del portugués João Salaviza y la brasileña Renée Nader Messora es de hecho fiel al estilo de vida, ritos y relaciones de este pueblo hasta el punto de que funciona tanto como la ficción dramática sobre el camino personal que escoge su protagonista como a modo de documental etnográfico. La labor de documentación realizada por Messora es notable y respetuosa con la cultura que refleja, y subrayando todavía más la correspondencia con la realidad está el hecho de que los intérpretes sean actores indígenas no profesionales de Pedra Branca.
Es por todos esos factores que la película que nos ocupa se siente como una experiencia mixta; por un lado con un componente claramente ficticio, por otro como una historia profundamente enraizada en la vida real. Lamentablemente, esa mezcla no está tan conseguida como debería y se produce una descompensación debida a que uno de estos dos elementos no funciona tan bien. En concreto, el de la ficción.
La historia individual que quiere contar El canto de la selva es muy evocadora, pero también es un tipo de narración muy visto. Cosa que no es mala en principio y depende de la ejecución y de las ideas que rodean a este viaje iniciático. Y mi interés en la cinta se viene abajo particularmente cuando el protagonista llega a la ciudad y se produce el siempre manido contraste entre la mentalidad rural y tradicional y la burocracia urbanita, originando secuencias que parecen querer presentar dicho conflicto de manera tímida y por añadir un matiz a la trama que realmente no necesita. Esas escenas son necesarias dentro de la película, pero no desde esa perspectiva, sino porque se sienten como una evasión para Ihjãc de su destino. Por ello no puedo evitar que no me caiga especialmente bien esta vía narrativa que siento como un pegote metido ahí casi por seguir el cliché.
Otro problema importante que tengo para entrar en la experiencia al nivel que debería es la interpretación protagonista, o más exactamente, su no interpretación. Porque Ihjãc es inexpresivo, no sonríe, no llora, te enteras de sus emociones simplemente porque las verbaliza él o quienes lo rodean. Aquí hay un cierto choque cultural entre mi forma de expresarme y la que tiene un indio Krahô como es el actor protagonista, así que no sé si culpar a la cinta de una desconexión que parece inevitable, pero también me da la impresión de que sus directores no llegan a tener claro cómo dirigir a sus intérpretes y cómo expresar las emociones que evocan a través de ellos.
Donde sí funciona muy bien esta película es en su expresividad visual, con unos encuadres que optan por una presentación natural de la vida cotidiana de sus personajes, con una cámara que tan pronto individualiza en el protagonista como ofrece una perspectiva alejada y furtiva, reflejando a la perfección esa dualidad que comentaba antes. A este respecto, puede que lo que más me llame la atención en la ambientación de El canto de la selva sea la forma en que pone énfasis en lo mundano de su entorno, ya sea en sus conversaciones inanes, en sus largos silencios o simplemente acentuando en la sensación de que no suele suceder nada y no hay grandes eventos en las vidas de estas personas. Las ensoñaciones de Ihjãc tienen una paleta cromática más discordante y elaborada, diferenciándose claramente de la cotidianeidad.
Por otro lado, con el ritmo tengo mis peros. Es marcadamente lento y en ocasiones eso se siente demasiado deliberado, como si Salaviza y Messora se dedicasen a dejar correr la acción, sin realizar ningún corte, buscando no sé sabe qué porque la película nunca llega a complementar su contemplación con la evocación mística que daría otro matiz a sus escenas. En esta cinta, incluso con su inclusión de ritos y cánticos, prevalece una perspectiva austera y anclada en la realidad, y esa lentitud a veces exasperante no parece un recurso adecuado al objetivo que se marca, o tal vez sí lo sea y en ese caso la obra falle en darlo a entender.
Con esta amalgama de puntos a favor y en contra, no es raro que perciba mi propia opinión sobre El canto de la selva como algo errático y confuso, porque hay cosas que me gustan mucho, ideas y conceptos que respeto muchísimo y me parecen estupendos en teoría, y en global creo que es una película muy digna y meritoria que tiene muchos puntos de interés. Al mismo tiempo, me siento distanciado de ella porque no llego a entrar ni a implicarme emocionalmente en la experiencia. En todo caso, me parece una propuesta muy valorable, aunque me apena no lograr una mayor compenetración con ella.