Los títulos de crédito iniciales del debut en el largometraje de Max Minghella dan un recorrido por la rutina de la protagonista que permite rápidamente situarla en unas precisas coordenadas sociales y económicas. Pero también dan pistas de algunos de los recursos que más utilizará a lo largo del metraje de este musical de paso a la adultez, que sigue a una adolescente de ascendencia polaca en la isla de Wight y sus esfuerzos por triunfar en el concurso de talento musical que da nombre al film. La colaboración del director con la responsable de fotografía Autumn Durald —que ha realizado diversos trabajos en el mundo del videoclip— no puede ser más adecuada. La estética en estos contextos de concursos televisivos, de interpretación como cantante encima de un escenario, son cruciales. Sin embargo nos encontramos con una Violet que viste y se comporta siempre extremadamente discreta. La clave del relato es que evita transformarse en una típica historia del triunfo de los que están en los márgenes y de cómo los sueños pueden alcanzarse con esfuerzo y talento (sic). De hecho la mecánica, el suspense o la cultura de competición del programa en el que participa quedan muy fuera del centro de interés de Minghella para apenas mostrarlo y jugar mínimamente con ello en el aspecto dramático de su historia.
Teen Spirit es como una cara B, como el detrás de las cámaras de uno de esos concursos en los que damos por hecho que todos sus jóvenes participantes tienen sueños de grandeza y enormes egos nada más apreciar su apariencia y soltura delante del público. Dos ejes vertebran la evolución de Violet. Por un lado es la búsqueda de su identidad a través de la interpretación. Los montajes musicales en sus actuaciones resultan de encadenar planos de situaciones de su vida cotidiana: su madre, su granja, su trabajo, los estudios, sus interacciones con los chicos…. nada de eso parece abandonarla cuando utiliza las palabras de otros versionando canciones. Y por eso no alcanza a explotar todo su potencial ni a expresarse como se siente ella en su interior. La música en la película marca de manera rigurosa el ritmo de la edición de las imágenes durante estos momentos, pero también es la expresión de su estado emocional interno y de su incapacidad para resolver y mostrar quién es hacía los otros. Por otra parte en su relación con un antiguo cantante de ópera se sitúa algo más que una relación de mentor-alumna y narrativamente se elabora con ello algunas ideas sobre esas carencias afectivas que vamos descubriendo en un entramado esquemático que, aunque añade algo al desarrollo del personaje principal, se queda muy en lo superficial y como algo accesorio.
La referencia a la directora de fotografía de este film no era caprichosa. Tanto la dirección artística como el manejo de la fotografía con los colores y la iluminación minuciosamente diseñada que utiliza en cada espacio permiten crear una aproximación naturalista cuando la cámara acompaña a Violet en su día a día sacando a su caballo a pasear, realizando tareas domésticas o en su habitación a solas escuchando música. Cada espacio define muy bien psicológicamente la intención de las secuencias en las que se muestran. La iluminación y tonalidades realistas se sustituye por lo artificial de focos, fluorescentes, neones y colores de fantasía durante su inmersión en las fiestas nocturnas o su participación en el programa. La textura de los planos pasa de la sobriedad a lo más saturado, construyendo atmósferas que captan además las distintas facetas y fases que atraviesa. Elle Fanning demuestra aquí sus tremendas capacidades para definir personajes desde lo físico y gestual, y cuya voz —no sólo cuando habla y otorga a Violet una contención serena y frágil que no disimula nunca del todo el ímpetu que esconde— envuelve a los espectadores en la sensibilidad tan especial que quiere transmitir y su personalidad.
La primera película de Max Minghella se puede considerar además un diario íntimo de sus inseguridades durante su trabajo al trasladar sus sensibilidades y discurso al lenguaje cinematográfico y la historia que presenta. Alguien que, como su personaje central, se siente extraño al mundo artístico al que quiere entrar y que debe utilizar herramientas que no controla para expresarse a sí mismo sin miedo a lastres del pasado o su historia personal. Todo esto puede interpretarse libremente por la instantánea asociación que evoca tanto el contexto de la cinta como su apellido y orígenes a la figura de un padre ausente desde hace años y de cuya sombra como cineasta puede ser difícil de escapar en su presentación al mundo. Con Teen Spirit al menos parece haber encontrado su propia voz.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.